- ¿Crees en Dios? -le interrogué cuando llegó la oportunidad.
-Tu curiosidad por ‘mi creencia’ está mal planteada -respondió reposadamente. La pregunta correcta debe ser por ‘mi necesidad’.
- ¿Tienes necesidad de Dios? -insistí entonces, adaptándome a su formato.
- No, no la tengo -exclamó mi fugaz amigo con una ecuanimidad que pocas veces he visto en devotos creyentes respondiendo a preguntas similares.
¿Tenemos
necesidad de Dios? La respuesta, supongo, es afirmativa para la gran mayoría de
los devotos y negativa para la totalidad de los no afiliados a ningún dogma.
Aunque bastante menor que la gran masa creyente, este último grupo, alrededor
de mil millones de personas, permite aseverar que la religiosidad es una
característica discrecional y, como tal, carece de raíces genéticas.
Por
nuestra inquieta naturaleza, los humanos siempre demandamos explicaciones, que
frecuentemente aceptamos así no sean estructuradas ni comprobables. ‘Dios’ es
la respuesta más fácil para todo fenómeno incomprensible. La intervención
divina siempre será más sencilla de
‘entender’ que la teoría del big bang, la selección genética, o la formación
inicial hace dos mil millones de años de las células básicas de los organismos
complejos, conocidas como eucariotas.
A
diferencia de la religiosidad, que es personal, la religión es cultural. Así
como las características físicas se transmiten en los genes, los comportamientos
se traspasan por los memes, vocablo
este acuñado por el biólogo Richard Dawkins para referirse a los ‘genes’ de los
grupos sociales. Al igual que los genes, los memes también ‘luchan’ por
su supervivencia y, para propagarse, se apoyan en las inclinaciones y los condicionamientos
humanos, con ayuda mayor de los medios y la publicidad.
La
influencia de los memes en un grupo es tan poderosa como la de los genes en un
individuo. Esto es particularmente cierto en la propagación y mantenimiento de
los memes de la religión. De acuerdo con el filósofo estadounidense Daniel C.
Dennett, “las religiones son fenómenos culturales extremadamente
bien diseñados que han evolucionado para sobrevivir”.
Muchos eruditos
sostienen que, con la comprensión creciente de la materia, de la vida y del
universo, las religiones están en camino de extinción. Están equivocados. La
participación religiosa en la mayoría de países sigue siendo muy elevada,
siendo Europa occidental la gran excepción geográfica mientras que los países
musulmanes y cristianos, y la India, son la confirmación de la regla.
Ni las
acciones gubernamentales, sean escarnio, prohibición o persecución, ni el
desarrollo de la tecnología o las ciencias parecen afectar el fervor religioso.
Ni siquiera los largos períodos de ‘abstinencia espiritual’ forzada por
regímenes totalitarios, como ocurrió en las sociedades comunistas bajo la tutela de
Moscú, han logrado apagar las llamas de
la fe. En el concierto de las naciones, Estados Unidos es simultáneamente el
país de vanguardia en aplicación de tecnología (con los consecuentes avances
materiales) y el segundo con mayor participación religiosa.
Según el
‘Pew Research Center’, un ‘think tank’ con sede en Washington, para el año 2050
habrá 2.920 millones de cristianos, 2.760 millones de musulmanes, y 1.380
millones de hinduistas con crecimientos respectivos de 34,6%, 72,5% y 34.0% en relación
al 2010. Los no afiliados llegarán a mitad de siglo (yo no llegaré, por
supuesto) a 1.230 millones con un modesto aumento del 25,2% en el mismo
período.
En
consecuencia, la pregunta del comienzo de esta nota seguirá vigente por muchas décadas
más. ¿A cuál de los grupos pertenece usted, estimado lector? ¿Al de la abrumadora
mayoría religiosa que venera y necesita a Dios, a Alá o a Brahma? ¿Al de los
disidentes de esa mayoría que, por lógica científica, rebeldía o indiferencia,
no creen en ni precisan de entidades metafísicas? ¿O tal vez a esa ‘inmensa’
minoría despreocupada que, como mi amigo de Budapest, sin gastarle fe ni
raciocinio al asunto, simplemente no tiene necesidad de Dios?
Gustavo
Estrada
Autor de ‘INNER HARMONY through MINDFULNESS MEDITATION’
www.harmonypresent.com/Armonia-interior
gustrada1@gmail.com
Autor de ‘INNER HARMONY through MINDFULNESS MEDITATION’
www.harmonypresent.com/Armonia-interior
gustrada1@gmail.com
2 comentarios:
bien, yo no necesito de Dios para mi día a día. Y espero no necesitarlo tampoco en vísperas de morirme.
Lo necesito para entender el universo, como creador de todo. Pero miDios no es providente, no se preocupa de nosotros. Y yo menos de el. Ese cuento del Bigbang es de un infantilismo vergonzoso, no sé cómo la mayoría de científicos se tragan semejante sapo: que la nada explotó... ah cosa mas infantil!
Al respecto, un par de chistes:
Primer chiste: Mas razonable que el bigbang es esto: explota una imprenta (de las viejas), llena de rollos de papel, galones de tintas y miles de tipos para todas las letras en todos los estilos, con depósitos de cartones para pastas, etc.etc. es decir, una buena imprenta. Pues un día explota... y el resultado es cien ejemplares de la mas basta enciclopedia. Así de ingenuo, de infantil, de tonto es el tal big-bang! que la nada explota, y de ello resulta el universo en sus formas primitivas, pero llenas del mágico poder de la evolución.
Segundo chiste: dos computadores de última generación están conversando:
- tu crees que una Inteligencia Superrior nos creó?
- Tonterías! yo soy ateo.
Este par de chistes valen mas que todas las reflexiones de los que sí creen en Dios.
Cordial saludo. Eladio Valdenebro. - Cali, Colombia, elvalde@gmail.com
Gracias, Eladio. Creo que el artículo que acabo de concluir (le faltan diez revisiones) está en línea con la primera parte de tu comentario. Y los chistes están muy buenos. Un aversión del primero es utilizada por los creacionistas para contradecir la teoría de la evolución. El segundo es totalmente nuevo para mi. Saludos, Gustavo Estrada
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