domingo, 20 de septiembre de 2015

Fanatismo y ecuanimidad

En junio pasado el gobierno de Libia anunció que Mokhtarcon  Belmokhtar, iniciador del grupo islamista Al-Murabitoun y cerebro de la toma de una planta de gas en In Amenas, Argelia, había sido ultimado con otros seis terroristas. El asalto a la planta de gas, que ocurrió hace ya más de dos años, condujo a la muerte de 38 extranjeros, entre ellos mi hijo Carlos, quienes allí trabajaban o se encontraban visitando las instalaciones. ¿Sentí complacencia cuando supe de la caída del malvado terrorista? No fue así.
La muerte de Belmokhtar no pudo ser confirmada y, desde el comienzo, Al Qaeda negó la noticia; las pruebas de reconocimiento no lograron identificar  su cuerpo entre los siete cadáveres. La búsqueda del asesino está activa y todo indica que aún continúa delinquiendo. ¿Me sacó de casillas la negación de la noticia inicial? Tampoco.
El dolor en la desaparición de mi muchacho es inconmensurable y me acompañará hasta el final de mis días. Mi indiferencia ante la suerte del criminal, sin embargo, no me permite ufanarme de ecuánime; la evasión o la eliminación de ese bandido no alteran de forma alguna mi aflicción aunque, por supuesto, sí es importante que haya justicia. Mi gran frustración no está asociada con un nombre ingrato ocasional sino con la siniestra y continuada estupidez de los fanatismos de cualquier índole, sean estos religiosos, políticos o raciales. Las atrocidades de los fanáticos no paran de generar despiadado sufrimiento a millones de seres humanos.
Hay poca diferencia entre la violencia proveniente de un credo religioso, un dogma político o una segregación racial. ¡Horror de horrores cuando las tres cosas se juntan! En todos los casos, el terrorismo y la violación de los más elementales derechos se convierten pronto en herramientas apropiadas de lucha. Y, cuando los dirigentes fanáticos son los dueños del poder en cualquier sociedad, las tragedias llegan a excesos absurdos.
Los extremistas de la religión musulmana, el lamentable ejemplo del momento, quieren imponer a cualquier costo sus creencias metafísicas de forma similar a cómo pretendieron hacerlo muchos regímenes cristianos y católicos hasta no hace mucho tiempo. Esta tendencia es intrínseca a todos los credos. Hasta las sabias enseñanzas del Buda, cuando sus seguidores las vuelven religión o política, conducen a las persecuciones que están padeciendo los musulmanes rohinyá en Myanmar occidental y los tamiles en Sri Lanka.
La bien intencionada justicia social de la izquierda socialista llevó a los horrores soviéticos y chinos, y a los innumerables actos de terrorismo que han ocurrido y siguen repitiéndose gracias al populismo promovido por demagogos corruptos y ególatras, solo interesados en enriquecerse y en imponer modelos reconocidos como inservibles. Y la supuesta superioridad de la raza ‘aria’, ejemplo macabro de tragedia, condujo a las barbaridades nazis.
Los creyentes de una religión, los seguidores de una doctrina política o los supremacistas de un grupo racial se enorgullecen de sus posturas, ilusorias e irracionales; no obstante, casi todos estos alienados se autocalifican de imparciales: “Yo no soy fanático y respeto el pensamiento de los demás”. ¿Cuántos de estos supuestos tolerantes aceptarían con sinceridad que su religión puede no ser verdadera, que su doctrina puede estar errada o que su raza no es genéticamente superior? Quien no logre abrir su mente a la eventual falsedad de sus opiniones sesgadas, lleva semillas de violencia en su corazón. Por desgracia, cuando se trata de respaldar una causa ‘justa’ y ‘cierta’, muchísimas de estas semillas siniestras en algún momento germinan.        
Bien dijo Steven Weinberg, Premio Nobel de Física 1979: “Con o sin religión siempre habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la gente buena haga cosas malas se necesita que haya religión”. O creencias políticas, o hipótesis raciales, agrego yo. 
No, la desaparición de Mokhtar Belmokhtar no disminuye mi tristeza de padre ni tampoco su supervivencia la aumenta. En cambio, la presencia permanente del fanatismo en cualquiera de sus múltiples expresiones, asesinando inocentes a nombre de causas etéreas o absurdas, sí hace más agudo mi dolor. Siendo intransigente ante el fanatismo, como este columnista, ¿es posible disfrutar de ecuanimidad? No estoy seguro. Responda cada cual la pregunta.
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
http://www.harmonypresent.com/Armonia-interior

lunes, 14 de septiembre de 2015

La consciencia: el misterio primario

A pesar de las incontables leyes de la física, la química y la biología que la ciencia ha descubierto y de los avances extraordinarios que se han logrado con la aplicación práctica de tales leyes, los investigadores están lejísimos de quedarse cortos de enigmas por resolver. Aún desconocemos si existen o no otros universos, como lo sugiere la teoría de las cuerdas; no nos imaginamos cómo fue la primera molécula que se replicó por sí sola para abrirle la puerta a la vida hace casi cuatro mil millones de años; ni tampoco tenemos idea de qué son la materia o la energía oscuras que juntas e invisibles representan el noventa y cinco por ciento del contenido del universo conocido.             
Sin restarle importancia alguna a semejantes incógnitas, remotas del diario vivir, el gran misterio primario, sin embargo, está bien cerca de nuestros ojos, más exactamente detrás de ellos. ¿Cómo crean las neuronas la consciencia en nuestro cerebro? ¿Cómo surge el sentido de identidad,  crece en la temprana infancia, se estabiliza después por unos cuantos años, declina en la tercera edad y se extingue cuando el cuerpo expira?                           
La consciencia nos provee una convicción irrefutable e íntima de un ‘yo’ que nos traza límites y nos diferencia de los demás. Al igual que todas las características de la vida humana, la consciencia y todos los enlaces y porciones orgánicos asociados con su funcionamiento son fruto de la evolución por selección natural en procesos secuenciales que tardaron millones de años. No obstante, poco sabemos más allá de esta descripción.    
El surgimiento del sentido de identidad es la recompensa de la evolución a la 'memorización' genética de los eventos que beneficiaron la supervivencia de nuestros primitivos antecesores. La estabilización de las mutaciones favorables conformó poco a poco la codificación genética de la consciencia, aunque todavía no sabemos cuáles son los genes involucrados ni cómo estos generan los mensajes cerebrales que nos hacen sentir ‘individuos’.             
Las explicaciones detalladas del surgimiento de la consciencia en nuestros antepasados remotos están apenas un poco menos recónditas que en 1858 cuando por primera vez el naturalista Charles Darwin y el antropólogo Alfred Wallace postularon públicamente la teoría de la evolución de las especies por selección natural.             
Wallace era espiritualista y pasó sus últimos años intentando comunicarse con los muertos. Dentro de este marco metafísico, Wallace llegó a dudar de su intuición ‘materialista’ genial (en su época no existían las palabras ‘neurona’, ‘gen’ o ‘byte’) y expresó en algún momento que la selección natural era insuficiente para explicar la evolución de la consciencia. “Espero que usted no haya matado completamente su propio niño y el mío”, le escribió con preocupación Darwin. Para fortuna de la ciencia, así no ocurrió.             
La inicial carencia de explicaciones para la consciencia parece estarse moviendo en los últimos años hacia el otro extremo. Ahora la abundancia de hipótesis podría crear confusión antes de llegar a una teoría definitiva, y el otorgamiento del Nobel correspondiente, sea en física, química o medicina, podría demorarse varias décadas.              
Veamos dos ejemplos que están haciendo ruido científico. Bernard Baars, neurocientífico del Instituto de Neurociencias en La Jolla, California, asimila la consciencia a la memoria de un computador que conserva los datos de las experiencias después de haberlas vivido. Según esta teoría, el pensamiento, la planeación y la percepción son generados por algoritmos adaptativos biológicos.             
El cosmólogo Max Tegmark del Instituto Tecnológico de Massachusetts, por su parte, sugiere que la consciencia es un estado de la materia y  surge de un conjunto particular de condiciones matemáticas. Según el doctor Tegmark, hay diversos grados de consciencia, al igual que existen diferentes estados para el agua: vapor, líquido o hielo.             
La consciencia es, sin duda alguna, el misterio primario y no solo porque todos la experimentemos patentemente. Para que un problema sea reconocido como tal debe haber alguien que lo identifique y lo quiera resolver. Si nadie tuviera consciencia, esto es, si no hubiera seres humanos conscientes y curiosos, pues no habría ni explorador ni zona por explorar. Y ningún fenómeno sería enigma  si no hubiera alguien que lo quisiera resolver. Porque tenemos el privilegio de tener consciencia, así no la comprendamos, existen todos los demás misterios.             
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/armonia-interior

viernes, 4 de septiembre de 2015

Ahora Les Luthiers son solo cuatro

Cuando hace muchos años, para una navidad, íbamos hacia una concurrida fiesta en mi tierra natal, mis hijos, de diez, trece y dieciséis años en aquel entonces, comenzaron a rochelear con una ‘zarzuela náutica’ que, como ellos bien sabían, me divertía mucho:  “Hola marineros decidnos qué hacéis, por qué lucháis y por quién navegáis”. Tres minutos más tarde, al notar que no paraban de cantar, recitar y reír, les pregunté: “¿Ustedes se saben el texto completo de “Las majas del bergantín”? ¿Podrían actuarla en la reunión? Ambas respuestas fueron afirmativas.
Esa noche, sin acompañamiento musical o arreglo teatral alguno, mis muchachos hicieron reír a carcajadas a la admirada audiencia, en una función espectacular (desde mi punto de vista paternal, ciertamente parcializado). Pocos en mi pueblo tenían entonces noción de quiénes eran ‘Les Luthiers’, el extraordinario conjunto argentino, autor e intérprete de la divertida opereta.  El reciente fallecimiento de Daniel Rabinovich, integrante del grupo desde cuando apareció en 1967, trajo a mi mente esta grata memoria familiar.
Desde sus primeras presentaciones, con sus libretos, su actuación, su música, sus extraños instrumentos y su ‘seriedad’, Les Luthiers comenzaron a agregarle ingredientes al humor en español que los convirtieron pronto en fenómeno cultural. Ellos mezclan magistralmente solemnidad (siempre actúan de smoking) y compostura (jamás utilizan vocabulario vulgar en sus diálogos) con el humor más sensato, inofensivo y original que pueda concebirse.
En la mayoría de los chistes corrientes el arrogante frecuentemente menosprecia al humilde, el educado ridiculiza al ignorante, el adinerado desdeña al pobre…  Casi siempre ha sido así. Muchos pensadores anteriores al siglo XX fueron mordaces con el humor. Para algunos filósofos de la Grecia antigua, en la comicidad predomina la burla sobre el ingenio.  Platón sostuvo que “nuestra risa expresa sentimientos de superioridad sobre otras personas”. Y siglos después Descartes consideró que la risa era una simple manifestación del sarcasmo y el ridículo. Demasiadas bromas modernas todavía giran exclusivamente alrededor de la prepotencia y la supremacía.
No ocurre así en las obras de Les Luthiers. Si Platón y Descartes hubieran escuchado al grupo argentino habrían apreciado la cara amabilísima de la risa como fenómeno saludable para el individuo y la sociedad. Sus burlas son inofensivas o demasiado sutiles: “¿No lo asalta de vez en cuando la melancolía, la memoria de las cosas perdidas? Eh, justamente lo que he perdido es la memoria”. Incluso se mofan de ellos mismos: “Hemos recibido innumerables pedidos de nuestro público, solicitándonos la presencia en nuestro programa de un gran artista... ¡aunque sea uno!”
Ocasionalmente, Les Luthiers necesitan adaptar sus argentinismos a las audiencias de otros países. Sin embargo, la mayoría de sus párrafos son en español ‘universal’; ni siquiera sus distorsiones del idioma requieren ajustes de vocabulario o gramática: “La vida merece ser vivida. En cambio, la muerte, ¿merece ser morida?” “Un suicida no es el que mata a un suizo. No, un suicida es alguien que se quita la vida a 'sui' mismo”.
Resulta extremadamente difícil efectuar comparaciones entre las motivaciones de la risa en culturas diferentes e imposible hacerlas entre distintos idiomas. La risa es universal pero las razones para reírnos cambian mucho con la geografía y los idiomas; es más, cualquier comunidad estable, formal o informal, y sin importar su tamaño u origen, desarrolla pronto sus propios modelos del humor. Es arriesgado pues dictaminar que este humorista, ese grupo o aquella comedia son lo máximo en el entretenimiento del planeta.
No obstante la advertencia, me atrevo a asegurar que Les Luthiers -con su ingenio, su imaginación, sus interpretaciones magistrales, su lenguaje, sea correcto o deformado- constituyen la cumbre más alta del humor en el idioma español; ellos son una especie de ‘Aconcagua de la risa’ entre la Patagonia y los Pirineos.
La desaparición de uno de sus miembros nos ha invitado a rememorar al brillante grupo. Reto inmenso será para Mundstock, Maronna, López y Núñez, las cuatro estrellas sobrevivientes, llenar el vacío que deja Daniel Rabinovich.  Estoy seguro que el extraordinario artista quisiera que lo despidiéramos con una carcajada. O, al menos, con una sonrisa, así sea de tristeza.
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/armonia-interior