viernes, 14 de noviembre de 2008

Entre lo exotérico y lo esotérico *

Los territorios de la física racional (lo exotérico material) y la metafísica animista (lo esotérico inmaterial) carecen de comarcas comunes y los habitantes de sus puntos extremos jamás se aproximarán; ellos hablan idiomas distintos y sus cerebros funcionan de manera diferente. En una punta están los radicales ateos que ya respondieron todas sus preguntas y cuya suficiencia de razón está por encima de cualquier tipo de duda. En la otra, se encuentran los fanáticos religiosos —los creacionistas para quienes el universo tiene seis mil años, los musulmanes de guerra santa, los creyentes fervorosos que conversan con Dios— a quienes les sobra fe pero se quedaron cortos en raciocinio.
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Para fortuna humana, hay un gigantesco terreno en el medio de esos polos opuestos. Allí caben los tolerantes de todos los credos, los creyentes que aceptan posibilidades de error, los ateos respetuosos de la opinión ajena y los agnósticos que reconocen las limitaciones de la mente para comprender el Orden Universal. Y en esa amplísima gama de grises, sobresalen algunos grupos interesantes, dos de los cuales quiero resaltar en esta oportunidad.
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El primer grupo, de generación espontánea en los años recientes, es una especie de Nueva Espiritualidad (nada que ver con la Nueva Era o con la Era de Acuario donde se mezclan en una extraña amalgama la astrología, los ángeles, los médiums y las vidas anteriores ), un centro "radical" que se adhiere a la investigación científica pero reconoce al mismo tiempo que el cerebro es el resultado de la selección natural para supervivir y favorecer descendencia y no para resolver todos los misterios ni descifrar todas las verdades del cosmos. Allí bien caben la espiritualidad atea de filósofo francés André Comte-Sponville y el sentido de Dios que, según el biólogo norteamericano Stuart Kauffman, uno de los pioneros de la teoría de sistemas complejos, se encuentra en “la incesante creatividad del universo, la biósfera y la vida humana”.
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El segundo grupo, con antigüedad de veinticinco siglos, es el budismo pragmático, la esencia y el subconjunto reducido de conceptos que quedan del budismo religioso una vez se le retiran todos los componentes de dogma y culto. El Buda sencillamente recomienda no perder tiempo con los temas metafísicos. Dice así en uno de sus discursos: «La afirmación o negación de hipótesis sobre asuntos sobrenaturales, sean estos la eternidad del universo, la existencia del alma, el renacimiento o la reencarnación, es solo un manojo de opiniones, un desierto de opiniones, una manipulación de opiniones que en nada conducen a la cesación del sufrimiento». Todo lo que no esté orientado a la eliminación del sufrimiento, también lo declara el Buda, es una pérdida completa de tiempo. ¿Y qué queda cuando se termina el sufrimiento? La armonía y la paz interior que tanto anhelamos todos los humanos, en todos los rincones del planeta, sin distinciones de idioma, origen o color.

Gustavo Estrada
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viernes, 7 de noviembre de 2008

La facilidad de complicar *

El budismo está rodeado de una aureola de misticismo, de mito y de misterio que lo hacen casi inaccesible al ciudadano corriente. Los tres términos provienen del mismo vocablo griego, el verbo myein, que significa «cerrar tanto los ojos como los labios», esto es, incomunicarse visual y verbalmente. Algo de myein sí hay en la meditación budista pero poco de los otros tres vocablos evolucionados. Mysterion era un rito secreto en el cual una persona era iniciada; mystes (de donde se originan místico y misticismo) era el iniciado; mythos quería decir «palabra» en el sentido de «última palabra», un pronunciamiento final y decisivo, algo no demostrable e incuestionable (como las verdades reveladas), en contraposición a logos, una afirmación «lógica» cuya validez podía ser explicada.

Las aclaraciones a las verdades obvias tienden a complicarlas. De allí surgen los mitos y los misterios y respaldo la aseveración con un cuento de J. Krishnamurti. El pensamiento de este filósofo hindú del siglo XX es semejante en muchos aspectos a las Enseñanzas del Buda pero entre los dos sabios hay una evidente disparidad de estilos. J. Krishnamurti muy rara vez utiliza parábolas para ilustrar o apoyar sus mensajes, a diferencia del Buda que lo hace extensivamente. En unas de las pocas ocasiones en las cuales se separa de su costumbre, Krishnamurti resalta en un relato, de manera alegórica y humorística, lo escurridiza y difícil de captar que es la «verdad», cualquiera que sea la idea que alguien tenga de ella. Dice Krishnamurti entonces:
Ustedes deben recordar el cuento de cuando el diablo y un amigo iban caminando por la calle.

Delante de ellos, los dos vieron a alguien recoger algo del suelo, mirarlo con detenimiento y guardarlo alegre en su bolsillo.
— ¿Qué recogió ese señor? —preguntó el amigo.
—Se encontró una muestra de la verdad —contestó el diablo.
— ¿La verdad? Muy malas noticias para usted —comentó el acompañante.
—De ninguna manera —remató el diablo sonriendo. —Yo le voy a ayudar a organizarla.

El diablo, desde su punto de vista, hizo un excelente trabajo en la «organización» de las Enseñanzas del Buda. Por su lamentable efectividad (la del diablo), la elementalidad del budismo se enredó. Su doctrina —o, mejor dicho, la variedad de sus doctrinas—, bien sea como religión, sistema filosófico o escuela psicológica, es extensa y complicada. La extensión resulta del volumen descomunal de las escrituras, las canónicas y las no canónicas. La complicación proviene del alto grado de abstracción de la filosofía, de las particularidades conceptuales de las numerosas corrientes, de la intromisión de leyendas y eventos inexplicables dentro del cuerpo mismo de los textos y de las dificultades de la traducción de los escritos más antiguos a los idiomas occidentales. Como ocurre con todas las doctrinas cuando se vuelven credos, los ritos del budismo y las leyendas alrededor del Buda terminan atrayendo más atención que sus aspectos prácticos.

Hay mucho por hacer en la divulgación de la esencia del budismo en su prístina simplicidad. Cuando las Enseñanzas básicas se esparzan por todas partes, los mensajes del Buda, anteriormente solo orientales y ahora en proceso de «occidentalización», se volverán entonces universales. En el curso de esta “globalización”, las Enseñanzas retornarán a las cualidades con que las predica el Buda en sus comienzos: sencillas, únicas y universales, todo con el loable y único propósito de acabar con el sufrimiento.

Gustavo Estrada
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