domingo, 28 de junio de 2015

¿Por cuánto tiempo debemos meditar?

Los beneficios impresionantes de la meditación de atención total en la salud física, mental y emocional, tema ahora rutinario en los medios, parecen estimular a solo una fracción reducida de la población. Las disculpas para no meditar son numerosas: "No logro concentrarme, las sesiones son muy largas, no tengo tiempo, o… Yo no necesito meditar porque mi concentración es excelente”. ¿Por cuánto tiempo debemos meditar y con qué frecuencia? Mucho rato y todos los días. Por fortuna, con determinación y constancia, meditar se vuelve un hábito agradable e indispensable.                   
El propósito principal de la meditación de la atención total no es acabar con adicciones, fobias, migrañas, mal genio, fanatismo… Estos son solo subproductos; el objetivo central de la práctica es el desarrollo de nuestra facultad de estar constantemente atentos, en tiempo presente, esto es, la capacidad de permanecer conscientes de nuestro cuerpo, nuestras sensaciones y nuestros estados mentales.                    
Para algunas personas privilegiadas, como J. Krishnamurti, el pensador de la India, la atención total permanente parece ser una cualidad natural y, por lo tanto, la meditación les resulta innecesaria. Krishnamurti, consecuente con su virtud innata, critica las técnicas de meditación, en general, y los ejercicios para enfocar la atención en dispositivos mentales, tales como mantras, cánticos, rezos o figuras, en particular.                    
Todo el mundo debería meditar, sin embargo. En el mundo moderno, el problema de la desconcentración tiende a agravarse con el volumen de información que nos atiborran los medios. La publicidad pretende siempre convencernos de comprar cosas que no necesitamos y de comportarnos como alguien diferente a lo que somos. Y lo está consiguiendo.                   
Los privilegiados ‘atentos’, desconocedores de lo que es una mente volátil, no comprenden la dificultad de concentración del resto de los humanos. Para esta cuasi unánime mayoría, la atención total solo puede tornarse fácil y espontánea después de muchísimas horas de práctica. ¿Cuántas son estas muchísimas horas? No hay respuesta única y no hay ‘dosis personal’ de meditación; los ‘requerimientos’ y los ‘recursos’ de tiempo varían de persona a persona y cada uno debe definir sus prioridades. Preferimos pues acudir a una comparación para que cada uno haga su cálculo.                   
Imagínese que su mente es como su casa, con todas las bondades que allí tiene, y en la que aparecen millares de pensamientos indeseables, incómodos y traviesos que surgen como mosquitos perturbadores a todo momento. Si a usted no le fastidian los insectos y no le preocupan las enfermedades que ellos transmiten, pues no necesita hacer nada.                                 
En caso contrario, esto es, usted sí reconoce un fastidioso problema, la meditación de atención total es el ‘insecticida benévolo’ que requiere y cada sesión de meditación es una aplicación de la sustancia. La efectividad global del procedimiento depende tanto de la frecuencia de las sesiones (el número de tratamientos) como de la duración las mismas (la cantidad aplicada).                    
Solo usted reconoce el revoloteo en su cabeza. ¿Quiere tener una idea de la magnitud del problema? Siéntese en una postura cómoda, cierre los ojos y observe su respiración durante diez minutos. Si dispone de un rato, hágalo ahora y califique su experiencia.                     
¿No logra concentrarse en el flujo de aire, entrando y saliendo por su nariz, ni siquiera por unos pocos segundos y se demora en percatarse de su descuido cada vez que se distrae? Pues, no lo dude, su casa está infectada y necesita dosis altas y frecuentes de meditación, quizás dos sesiones diarias cada una de 45 minutos. Un tratamiento intensivo inicial, como un retiro de diez días con algún grupo bien referenciado, puede resultarle muy útil. ¿Su mente se eleva cada momento pero pronto usted lo nota y ‘la baja a tierra’ regresando la atención a la respiración? Dosis diarias de 30-45 minutos es lo recomendable. (Si solo puede dedicar dos horas semanales, pues comience por ahí).                   
Por último, su caso no es ninguno de los dos anteriores pues está súper-seguro de que su concentración es perfecta, y la volatilidad mental no es su problema; usted no necesita del ‘insecticida’ pues sostiene la atención en la respiración todo el tiempo. ¿Correcto? Mmmm… Una de dos: O usted jamás se percata de que está distraído o ¡felicitaciones! usted bien podría ser una ‘reencarnación’ de Krishnamurti.
Gustavo Estrada
Autor de ´Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/Armonia-interior

sábado, 20 de junio de 2015

Inteligencia y consciencia


La inteligencia y la consciencia son dos características intrínsecas y sobresalientes de la naturaleza humana. La ciencia ha hecho progresos extraordinarios en el campo de la inteligencia artificial, el desarrollo de la simulación de inteligencia en las máquinas, pero es improbable que lleguemos alguna vez a construir consciencia artificial.
Inteligencia  es la habilidad de aprender, entender o manejar situaciones inesperadas; hay muy poca ambigüedad  en el significado de tan importante característica humana. Cuando la sigla SETI (búsqueda de inteligencia  extra terrestre, en inglés) fue acuñada en los años sesenta y se iniciaron las actividades asociadas a tan retador propósito, se sabía muy bien cuál era la cualidad cuya presencia se estaba tratando de encontrar en otros sitios del cosmos. Dejando de lado su utilidad o exactitud, las diversas aproximaciones existentes para estimar la inteligencia de una persona son otra señal clara del sentido inequívoco del vocablo.
No sucede lo mismo con el término ‘consciencia’. La consciencia tiene más que ver con la sensibilidad individual -la capacidad de sentir, ver, oír, oler o gustar que posea cada ser humano- que con la comprensión generalizada -la lógica y la matemática de las cosas-. Por la dimensión de su misterio, las definiciones de consciencia obligan a acudir a lo definido. “Consciencia es la condición de estar consciente”, dice el diccionario inglés Merriam-Webster. “Consciencia es el conocimiento de sí mismo”, anota el Diccionario de la Real Academia. No es posible medir el grado de consciencia de otra persona y, como lo expresa el psicólogo inglés Nicholas Humphrey, los científicos no sabrían por dónde comenzar si tuvieran la intención de iniciar un proyecto SETC para buscar ‘consciencia extraterrestre’.
Los desarrollos recientes de la inteligencia artificial en el campo de los videojuegos están contribuyendo a la demarcación de la frontera entre inteligencia y consciencia. Podemos construir máquinas inteligentes pero no, o al menos no todavía, objetos conscientes. 
Existen ya algoritmos computarizados que ‘aprenden’ videojuegos por sí solos, como el que fue desarrollado por DeepMind, una compañía de Londres, ahora propiedad de Google. Este software, que incorpora ‘rutinas’ o características del funcionamiento del cerebro humano, aprendió a jugar numerosos juegos clásicos de Atari y, después de unas cuantas horas, en la mitad de ellos alcanzó niveles de juego superiores a los de los jugadores profesionales.
Los progresos espectaculares, como los logrados con estos programas auto-aprendedores, preocupan a más de una mente brillante. "El desarrollo completo de la inteligencia artificial podría significar el fin de la raza humana", advierte el físico Stephen Hawking. ‘Tal vez estos algoritmos que aprenden, súper rápidos y súper sólidos, son sombras oscuras en el horizonte de la humanidad; tal vez ellos sean nuestra última invención’, dice el neurocientífico Christof Koch. Por el contrario, este columnista piensa que la delimitación entre inteligencia y consciencia, a pesar de estar ambas en el mismo cerebro y tener millones de conexiones neuronales comunes, nos dan la tranquilidad de que los grandes computadores jamás se apoderarán de la Tierra por su propia iniciativa.   
La consciencia es el mayor de los misterios en la existencia humana; sabemos que la consciencia ocurre en el cerebro pero, más allá de sentirla y darnos cuenta de que es real, es poco lo que conocemos a ciencia cierta de su funcionamiento. El saber que va más allá de la ‘pura’ inteligencia produce tranquilidad, sin embargo.

La célebre frase de Descartes -Pienso luego existo- parece ahora estar incompleta. Las  máquinas que la ciencia ha desarrollado pueden aprender, entender y manejar juegos desconocidos para ellas; no hay duda, tales máquinas son ‘inteligentes’, pueden pensar y pueden aprender, pero ellas no saben que existen ni que hoy son y mañana van a desaparecer. Quizás si el filósofo y matemático francés hubiera nacido cuatro siglos después, además de haber sido un genio de la computación, seguramente habría escrito: “Pienso y siento, luego existo”.
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/Armonia-interior 

Londres, junio 20 de 2013

viernes, 12 de junio de 2015

Comunicaciones sobrenaturales e interplanetarias

Siempre nos ha fascinado la posibilidad de comunicarnos con entidades extrañas, sean encarnaciones del más atrás en nuestras vidas previas, seres imaginarios del más allá supra-material, o moradores auténticos del más allá estratosférico. Para dialogar con espectros y espíritus, los ingenuos acuden a médiums o clarividentes que utilizan artificios como  ‘tablitas’ ouija, inciensos aromáticos o vasos de agua. Para conectarse con los extraterrestres, los buscadores del intercambio acuden a sofisticadas tecnologías como ‘tableros’ electrónicos, monitores de radiación electromagnética o descomunales radio antenas.

Aunque algunos fantasmas utilizan jerigonzas incomprensibles, los espíritus son políglotas o hablan el idioma del médium. De los galácticos que nos interesan ni siquiera sabemos si hablan, como nosotros, emitiendo ondas sonoras. ¿Existen extraterrestres inteligentes? Creo que sí. ¿Nos comunicaremos con ellos algún día? En intercambio de doble vía, creo que nunca.

La Vía Láctea, nuestra galaxia (una entre miles de millones), tiene unos cien mil millones de estrellas y, probablemente, un número similar de planetas. Si uno de cada diez es habitable, en la galaxia existirían diez mil millones de planetas con posibilidad de albergar vida. Si la evolución física y biológica que ocurrió aquí se repite tan solo en uno de cada millón, pues debería haber vida inteligente en unos diez mil mundos.   
Estimativos parecidos a los anteriores condujeron a dos interesantes proyectos. El primero es la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés); el segundo es el observatorio espacial Kepler, lanzado por la NASA en el 2009, con el propósito de buscar planetas habitables.

SETI, más que un proyecto, es una gama amplia de actividades para buscar vida inteligente fuera de la Tierra, utilizando estrictos métodos científicos. Hay centenas de entidades y proyectos SETI (Harvard y Berkeley, a manera de ejemplo, son dos de las universidades que han estado involucradas) y millares de voluntarios participan en diversas tareas asociadas con el objetivo central. Hay SETI activo (el envío de señales al espacio con la expectativa de que alguna civilización las reconozca y responda) y SETI pasivo (el monitoreo de la radiación electromagnética en busca de pistas de alguna transmisión inteligente desde alguna parte del universo).

A la fecha, el observatorio Kepler ha localizado  más de mil planetas en la Vía Láctea. Aunque existe la posibilidad de formas de vida diferentes, el esfuerzo investigativo se ha centrado en planetas similares a la Tierra (tamaño, temperatura, disponibilidad de agua…) donde ya sabemos (suena risible) que la vida es posible. El doctor Andrew Knoll, profesor de ciencias planetarias de Harvard, dice que “cualquier vida que contemplemos sigue las leyes de la física y la química”. Para calibrar la habitabilidad, se ha definido un ´Índice de similitud a la Tierra´ (ESI en inglés), cuyo valor para nuestro planeta es 1.0.  A septiembre del 2014, seis planetas de los identificados tenían un ESI superior a 0.8; el de Marte, por comparación, es 0.64 y el de Venus 0.444.

A pesar del extraordinario esfuerzo involucrado en SETI, creo que jamás lograremos intercambiar mensajes con extraterrestres. Las probabilidades de que ellos existen son esencialmente ciento por ciento pero, desafortunadamente, se encuentran demasiado distantes. La civilización emisora de una señal que recibamos en algún momento bien puede haber desaparecido para la época que nos llegue. Más que inteligencia extraterrestre, escribió el físico Freeman Dyson hace medio siglo, “estamos buscando evidencia de tecnología”.

El planeta Kepler 62-e (su ESI es 0.83) de la estrella Kepler 62, en la constelación de Lyra, es una de las mejores opciones de vida encontradas a la fecha. Kepler 62-e se encuentra a 1200 años-luz de nosotros. Ese tiempo (1200 años)  tardarán en llegar allá las señales electromagnéticas que de la Tierra se hayan disparado hacia allá (y viceversa). 
¿Habrá alguien por esos lados? ¿Tendrán ellos un desarrollo tecnológico equivalente al nuestro?  ¿Captarán las señales? ¿Las entenderán?  ¿Responderán? ¿Existirá la Tierra cuando llegue su respuesta? ¿Existirán todavía proyectos SETI?  ¿Sabrán nuestros requeté-tetra-tataranietos qué es lo que están recibiendo?  La respuesta a esta cadena es pues negativa. No podremos pues comunicarnos con los keplerianos 62e.  Ni con nadie de por allá. (A menos que a alguien en SETI le dé por contratar un médium o un clarividente. Como la gente de SETI es orientada a la ciencia, estoy seguro de que nadie hará tal barbaridad).

viernes, 5 de junio de 2015

El apretón de la mano y la longevidad

Los numerosos factores positivos que favorecen (o los negativos que deterioran) nuestra expectativa de vida pueden condensarse en tres categorías: genes, alimentación y estilo de vida. Muy poco control tenemos sobre el primer grupo, nuestro ‘karma’ genético, el más perentorio y el más influyente de los tres conjuntos. El promedio de las edades de los padres de alguien al fallecer es el mejor pronóstico de cuánto va a vivir ese alguien. Y el sexo (masculino o femenino, no su frecuencia), le regala a las mujeres siete años de ventaja desde el instante mismo de la fecundación cuando somos solo una célula.  La naturaleza, de entrada, nos discrimina a los varones y no hay movimiento alguno de protesta. ¿A quién reclamamos?

Es en la alimentación y en el estilo de vida donde aparecen las oportunidades reales para agregarle almanaques a nuestra parábola vital. En estas dos áreas, el número de libros, seminarios y consultores que venden ‘eterna juventud’ es exorbitante y no para de crecer. Y es en el estilo de vida donde cabe “el apretón de la mano” que esta nota comenta.

Una investigación reciente ha concluido que existe una relación sólida entre la firmeza del apretón de mano de una persona y el tiempo que le queda vida: A menor fuerza, más alto el riesgo de morir pronto, principalmente por problemas cardiovasculares. El estudio fue desarrollado por la Universidad McMaster de Hamilton, Ontario, bajo la dirección del doctor Darryl P Leong.

Dado el amplio cubrimiento de este trabajo (140.000 personas, entre 35 y 70 años, en diecisiete países, Colombia uno de ellos), la confiabilidad de la conclusión debe ser bastante alta. Los investigadores le siguieron la pista a cada unos de los participantes durante más o menos cuatro años, registrando los fallecimientos y las causas asociadas a ellos.

La fortaleza de los apretones manuales fue obtenida con unos equipos portátiles, diseñados para el estudio y el promedio global de las mediciones resultó equivalente a la fuerza requerida para sostener un peso de treinta kilogramos. En el análisis de los resultados, cada reducción de cinco kilogramos en la ‘fuerza’ representó un aumento de 17% en el riesgo de muerte cercana. (Escribimos ‘kilogramos’ por simplicidad; la fuerza se mide realmente en ‘newtons’.  ¿Se acuerdan de sus clases de física?).

"La fuerza del apretón podría ser una prueba fácil y de bajo costo para estimar en un individuo sus riesgos de morir y de desarrollar una enfermedad cardiovascular a corto plazo", sostiene el doctor Leong. Y la revista ‘The Economist’ comenta que “un apretón flácido de mano puede ser una clara advertencia de que algo anda mal en la salud de una persona”.

Por supuesto que los formalismos de encuentros y despedidas son  apenas una de las innumerables actividades en las cuales necesitamos estrechar la mano. El estudio de la Universidad de McMaster dice que se necesitan investigaciones adicionales para determinar si la práctica de ejercicios que fortalezcan los músculos del brazo aumentarían las expectativas de vida, como sí ocurre cuando mejoramos los hábitos alimenticios, comenzamos a hacer gimnasia cinco veces a la semana o practicamos meditación todos los días. Si tales estudios confirman que el puño fuerte y, en consecuencia, el saludo firme, sí nos pueden estirar la vida, pues con seguridad aparecerán, casi de inmediato, textos, cursos y conferencistas que querrán explicarnos “La manera de saludar para alcanzar una larga vida”.

Mientras tales cosas suceden y dado que estrechar una mano carece de cualquier ciencia y no requiere medición, nada perderemos en hacerlo con más energía cuando, a partir de hoy, nos encontremos con un conocido o nos presenten un nuevo amigo. Quizás tal hábito no nos alargue los años que ya nos tienen programados los genes pero, por lo menos, a quienes les oprimimos duro la mano al despedirnos no les daremos chance de burla para que, a nuestras espaldas, digan “ese tonto debilucho de este año no pasa”.

Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
http://www.harmonypresent.com/Armonia-interior