miércoles, 27 de agosto de 2008

La fisiología de la meditación: Cómo y por qué funciona *

La meditación: un ejercicio neuronal
De la misma forma como el ejercicio físico crece y fortalece los tejidos musculares, el ejercicio mental hace otro tanto con los tejidos nerviosos. Los músculos se adiestran tensionándolos y aflojándolos; las neuronas, estimulándolas y silenciándolas. El ejercicio mental consiste en la adquisición y reutilización de nuevos conocimientos así como en el desarrollo y práctica de nuevas habilidades, sean estas físicas o intelectuales. Las destrezas nuevas, como aprender a multiplicar o a efectuar piruetas con una pelota, son actividades cuyos programas neuronales se siembran y codifican en el cerebro; en cada recordación del conocimiento y en cada repetición de la actividad, los programas cerebrales se ejecutan nuevamente, fortaleciendo durante el proceso las correspondientes conexiones cerebrales. Si las conexiones originales no se usan, se «borran», se olvidan; si se usan con frecuencia, se fijan permanentemente, se retoman con facilidad.
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Neuroplasticidad es la capacidad que tiene el cerebro humano de desarrollarse y modificarse continuamente en su estructura misma. Los estudios sobre esta facultad recién descubierta han demostrado que el ejercicio continuado de las habilidades físicas y mentales no solo mejora la utilización de las neuronas existentes y recupera las neuronas deterioradas, sino que también conlleva la generación de neuronas nuevas. En todos los casos, siempre hay mayor conectividad y más circuitos disponibles para hacer más tareas; de manera escueta, hay más cerebro —más materia pensante y actuante— dentro del mismo cráneo.
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La comunicación interneuronal ocurre mediante señales eléctricas transmitidas, moduladas o amplificadas a través de neurotransmisores, unas sustancias químicas producidas y almacenadas en cada neurona. Las señales le ordenan a la neurona receptora la repetición de los mensajes a sus neuronas vecinas, con la orden perentoria de continuar una cadena en forma de cascada, o sea, repitiendo la instrucción a terceras neuronas, para que estas continúen sucesivamente con la serie propagadora hasta otra región cerebral o hasta el órgano donde se ejecuta la labor requerida. No todos los impulsos son retransmisión de mensajes. Por el contrario, muchos impulsos le exigen a la neurona vecina que se quede quieta y callada, que suspenda toda actividad y que interrumpa la cadena de mensajes.
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Las neuronas que generan mensajes del primer tipo —órdenes de hacer— se denominan excitadoras o activadoras; las que producen mensajes del segundo tipo —órdenes de no hacer—, son inhibidoras o desactivadoras. Cada neurona desde su nacimiento se especializa en una u otra función. Cuando las neuronas inhibidoras están ocupadas, su trabajo pasa desapercibido y el dueño del sistema nervioso no se percata del esfuerzo bloqueador de este tipo de neuronas. La gran mayoría de las neuronas son excitadoras pero las neuronas inhibidoras trabajan con mayor frecuencia; se estima que en todo el sistema nervioso el número de señales excitadores que se envían es más o menos igual al de señales inhibidoras. Cabe anotar que los movimientos musculares son una compleja alternación de instrucciones de ambos tipos de neuronas funcionando con la más extraordinaria sincronización.
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Al igual que la gimnasia mental, las diversas técnicas de meditación son ejercicios neuronales, pero de naturaleza muy diferente a los adiestramientos mentales corrientes. Para efectos de este artículo, nos referiremos únicamente a dos modalidades de meditación y, más específicamente, a dos modalidades de meditación budista. La primera, a la cual denominamos meditación de la atención, pues es una aplicación de la recta atención, la séptima práctica del camino noble, es la observación cuidadosa de las sensaciones corporales. Más específicamente, la meditación de la atención que nos interesa en este artículo es la contemplación voluntaria y dedicada del cuerpo y de las sensaciones que en él ocurren. A la segunda modalidad de meditación la denominamos meditación del éxtasis, dado que es esencialmente la aplicación de la octava práctica noble, el recto éxtasis. La meditación del éxtasis es una secuencia de cuatro niveles progresivos de introversión por los que atraviesa un practicante cuando se aísla de la sensualidad y de los estados mentales perjudiciales. En la meditación de la atención, el meditador entra con un mapa —con un plan predefinido— a su bosque mental y observa lo que quiere a su voluntad; el meditador busca la experiencia. En la meditación del éxtasis, el meditador entra a su bosque mental y observa lo que se va presentando; el meditador se entrega a la experiencia.
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El entrenamiento neuronal de los ejercicios físicos como la gimnasia o el baile y de los ejercicios mentales como el ajedrez o los crucigramas adiestra, primordial pero no exclusivamente, las neuronas excitadoras que están inactivas o laborando a media marcha. El entrenamiento neuronal de la meditación se concentra en las neuronas inhibidoras, aquellas cuyo oficio consiste en reprimir, aquietar y silenciar.
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Revisemos ahora algunas de las investigaciones científicas recientes acerca de la fisiología de la meditación. El doctor Herbert Benson, profesor de medicina de la Universidad de Harvard, define cuatro elementos o requisitos para la práctica de la meditación: ambiente tranquilo, actitud pasiva, posición confortable y dispositivos mentales. Los dispositivos mentales son las cosas (por ejemplo, una parte o un área del cuerpo) o los fenómenos (por ejemplo, la respiración o las sensaciones corporales) en los cuales se centra la atención durante la práctica. Relacionemos, para explicar el papel de la inhibición, estos cuatro elementos con las dos clases de neuronas.
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Los tres primeros requisitos de la meditación ordenan descanso o reducción de ritmo a los millones de neuronas excitadoras que manejan la rutina diaria. El bajón de velocidad ocurre tan pronto como el meditador se queda quieto, guarda silencio, se aísla de interrupciones y se sienta cómodamente. Una vez inmóvil, callado y con la boca y los ojos cerrados, el meditador deja sin oficio, por el rato que dure la práctica, a una amplia variedad de neuronas, «las motrices, las parlanchinas, las glotonas y las fisgonas». Por ejemplo, con solo cerrar los ojos silenciamos alrededor del veinte por ciento de las neuronas del cerebro, pues la función de la visión es una de las usuarias más exigentes de la materia gris. La quietud y el silencio conllevan recesos similares de neuronas, aunque en proporciones menores. El cierre de la boca no solo apunta al silencio verbal sino también a la abstención de alimentos; vale la pena resaltar que no solo no se ingieren comestibles mientras se medita (esto resulta más que obvio), sino que tampoco debe consumirse cosa alguna durante las dos horas que anteceden a la práctica con el fin de que el aparato digestivo y las neuronas que lo controlan también entren en receso.
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Hay mucho sentido en todo lo anterior. ¿Qué hacemos cuando queremos descansar o dormir? Pues adoptamos medidas similares —quietud, silencio, comodidad— de la forma más natural. Las ventajas del sueño, así lo entiende la ciencia actual, son primordialmente de carácter mental y su principal beneficiario es el cerebro, el órgano que más lo necesita.
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Hasta aquí coinciden sueño y meditación. Pero es en las neuronas inhibidoras donde se encuentra el campo exclusivo del juego de la meditación y el territorio primario de su influencia. Las neuronas inhibidoras son directamente manipuladas por los dispositivos mentales, el cuarto elemento de Herbert Benson. Los dispositivos mentales de la meditación budista son su ingrediente diferenciador con respecto a cualquier otro ejercicio; estos dispositivos mentales son también los que la distinguen del sueño (donde la atención se apaga) y le dan a la meditación budista (donde la consciencia es total) las ventajas mentales y vitales que el solo acto de dormir no proporciona. Nuestro sistema nervioso, por necesidad o por conveniencia, acalla permanentemente multiplicidad de sensaciones en la vida diaria. Con la práctica continuada de la meditación es posible encender y apagar las sensaciones mencionadas, rutina esta que no es otra cosa que el ejercicio —el adiestramiento, la gimnasia— de las neuronas inhibidoras.
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Inhibición y meditación de la atención
Durante la meditación de la atención el meditador observa, serena y desprevenidamente, todas las sensaciones que él o ella perciben. En la inspección detallada de su cuerpo el practicante repasa, parte por parte, todo su organismo y se percata, imparcialmente y sin ninguna expectativa, de una amplia variedad de sensaciones que, en circunstancias normales, no siente y, por lo tanto, le pasan inadvertidas.
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A lo largo de nuestro sistema nervioso (el cerebro es parte del sistema nervioso) se mueven incontables intercambios neuronales de información a todo momento. Los procesos fisiológicos generan de manera permanente millones de señales nerviosas; la mayoría de ellas están diseñadas para «no hacer ruido», para moverse «muy calladas», pero una elevada proporción es silenciada intencionalmente por el mismo sistema nervioso. Si así no fuera, todos enloqueceríamos en medio de una confusa y estruendosa «bulla». Las encargadas de proteger nuestra cordura son justamente las neuronas inhibidoras, que ejercen con juicio cauteloso su función desactivadora, y nos dejan detectar y procesar conscientemente solo la fracción de los impulsos nerviosos que nos interesa. En la meditación de la atención, las células inhibitorias suspenden parcial y temporalmente su trabajo —se dedican a descansar— y nosotros podemos percibir una variedad de señales, a medida que movemos la vigilancia mental por las distintas partes del cuerpo. El oficio de las neuronas inhibidoras es similar al de los porteros que controlan el ingreso a un espectáculo; es en la suspensión o interrupción de su función cuando su papel se hace relevante. Las sensaciones suprimidas se perciben cuando sus correspondientes neuronas inhibitorias dejan de trabajar; las personas que no tienen boleta se cuelan a los espectáculos cuando los porteros abandonan el puesto.
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El lector puede formarse una idea somera del funcionamiento de los procesos inhibitorios simplemente manteniendo su atención por unos segundos en el contacto de alguna parte de la ropa con su piel o de su cuerpo con la silla donde está sentado. Con la práctica y el tiempo, el practicante detectará señales mucho más sutiles, no necesariamente de contactos físicos.
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En los movimientos de la atención hacia distintas partes del cuerpo y en la percepción de sensaciones normalmente ignoradas, el meditador ejercita sus neuronas inhibidoras, permitiendo que se enciendan y apaguen durante la práctica. Esta técnica de activar y desactivar circuitos neuronales en el sistema nervioso durante la meditación de la atención es equivalente a la de tensionar y soltar tendones y fibras en un subsistema muscular durante cualquier ejercicio físico.
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Inhibición y meditación del éxtasis
En la meditación del éxtasis, el meditador se aísla, tanto física como mentalmente, y se hunde progresivamente en niveles más y más avanzados de ensimismamiento. Mediante su actitud pasiva, el practicante permite lentamente que muchas señales nerviosas, cualesquiera que ellas sean, vayan desvaneciéndose. Aquí los dispositivos mentales son el silencio mental, el sosiego y la ecuanimidad que experimenta el meditador. En el proceso, el practicante penetra en niveles de introversión cada vez más profundos; millones de neuronas excitadoras se apagan (adicionales a las que ya lo estaban por efecto de los tres primeros elementos de Benson) y millones más de neuronas inhibidoras, que estaban apagadas, se encienden y comienzan a ejercer su función bloqueadora. Como resultado de estas acciones, el cerebro recibe menos y menos señales o, lo que es equivalente, ignora más y más cosas.
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El radiólogo Andrew Newberg y el psiquiatra Eugene D’Aquili fueron los pioneros de las investigaciones sobre la relación entre la actividad neuronal de monjes budistas practicando la meditación del éxtasis y las diferentes partes del cerebro; sus experimentos, utilizando tecnología computarizada de imágenes, tuvieron lugar en el Centro Médico de la Universidad de Pensilvania a finales de los años noventa. ¿Por qué monjes budistas? Porque la meditación del éxtasis demanda mucha más consagración y experiencia que la meditación de la atención y los monjes budistas son los «pesos pesados» de la meditación. Conectados a sofisticados equipos, los meditadores efectuaron sus prácticas en un cuarto aislado y, mediante una cuerda que jalonaban a voluntad, les indicaban a los investigadores, que se encontraban en una habitación vecina, el instante en el cual alcanzaban un nivel elevado de introversión. En ese momento el doctor Newberg entraba en el cuarto y le inyectaba al monje de turno una sustancia radioactiva que señalaba en un escáner los puntos del cerebro donde estaba ocurriendo la actividad neuronal.
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Las imágenes logradas mostraron que mientras más profunda la meditación, mayor el flujo sanguíneo a la corteza prefrontal, un área identificada como el asiento de la atención, indicando un aumento de la actividad electroquímica en ese sitio. Al mismo tiempo, también indicaron que en un sector de la parte posterior superior derecha del cerebro, conocido como el área de asociación de la orientación, muy poco o nada estaba allí ocurriendo. Es en esta área donde el individuo procesa el sentido del espacio y del tiempo, donde tiene información de los límites de su cuerpo, y donde entrelaza los datos del fin de su contextura física y del comienzo del resto del mundo.
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¿Qué explicaciones se sugieren para estos contrastes de la actividad neuronal en los monjes meditadores? Si al área de orientación del cerebro de una persona no le llega señal alguna, resultado esperable del trance inducido, es como si el sujeto se quedara sin reloj, metro, brújula o radar —sin ningún instrumento, para todos los efectos—. Según la explicación de Newberg, «el cerebro no tiene otra alternativa que percibir a su dueño como ilimitado, como unificado con toda la creación, como fundido con todos y con todo». No entro en las consideraciones teológicas o psicológicas de estos hallazgos, pero ellos sí proveen un buen sentido a algunas de las descripciones de las experiencias de estados alterados «buscados» en cuanto se refiere a la disolución del ego y a la desaparición de la noción de tiempo.
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Por otra parte ¿por qué ocurre tanta actividad neuronal en la corteza prefrontal, el asiento de la atención? ¿No debería el asiento de la atención acallarse como sucede con el área de asociación de la orientación? La meditación del éxtasis es una vigilancia pasiva, sin ninguna comparación, juicio o análisis; no hay cálculos, rememoraciones o procesos creativos; no hay rotación de la observación alrededor del cuerpo como ocurre en la meditación de la atención. La vigilancia mental simplemente se focaliza silenciosa e imparcialmente en los resultados del ejercicio. La actividad neuronal debería ser, por lógica aparente, mínima en la corteza prefrontal. ¿No es paradójico este resultado?
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En realidad el fenómeno tiene una explicación razonable. Cuando los monjes budistas del experimento alcanzan los niveles más profundos de su éxtasis, las neuronas del asiento de la atención están «activamente» dedicadas a enviar señales inhibitorias, están ocupadas, en grado superlativo, deteniendo el tráfico de todas las impresiones que alejen al meditador de lo que está sucediendo durante su experiencia. En consecuencia, la interacción de los órganos de los sentidos con sus correspondientes objetos se encuentra bloqueada por las neuronas inhibidoras, generándose así en las imágenes computarizadas una manifestación de intensa actividad. En particular, estas neuronas bloquean cualquier flujo de señales hacia el área de asociación de la orientación; allí, en verdad, no ocurre nada y, por lo tanto, las imágenes muestran «silencio completo».
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Beneficios de la meditación budista
La literatura, tanto la científica como la popular, documenta con tanta abundancia las ventajas de la meditación en la disminución de los efectos negativos del estrés de la vida moderna que se hace innecesario y redundante el cubrimiento del tema. Nos concentramos, por lo tanto, en los beneficios de las meditaciones de la atención y del éxtasis.
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Comencemos por relacionar la fisiología del sistema nervioso con la perspectiva budista. Todo evento cerebral genera señales nerviosas cuyos movimientos en nuestro organismo, por tratarse de impulsos físicos —flujos de sustancias químicas y de cargas eléctricas—, conllevan sensaciones sutiles, la gran mayoría de las cuales es silenciada por las neuronas inhibidoras o amortiguada por la disminución del nivel de actividad de las neuronas excitadoras. Para el budismo, el sentido de identidad —el ego— consiste de cinco componentes conocidos como los cinco agregados de la individualidad: el cuerpo físico, las sensaciones, las percepciones, las formaciones o reacciones condicionadas, y la cognición o memoria cerebral. Las sensaciones siempre están ocurriendo; su percepción se encuentra bloqueada en la mayoría de los eventos, para conveniencia de la persona. Aquí es donde las reacciones o formaciones condicionadas pueden opcionalmente entrar a jugar un papel decisivo. Las formaciones condicionadas (las codificaciones de ejecución automática en la cadena sensación agradable-percepción placentera-reacción repetible, asociadas con todas las percepciones que cada persona haya experimentado) están registradas en el cerebro —en el quinto agregado, la cognición o memoria cerebral—; allí permanecen siempre al acecho. En las formaciones condicionadas está el origen de los apegos y los rechazos (los apegos negativos) que, cuando crecen desordenadamente, se convierten en adicciones y odios enfermizos.
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El propósito central de la meditación budista es la purificación —la descontaminación— de la mente. El ejercicio de los mecanismos inhibitorios del sistema nervioso y la consciencia que durante la meditación el practicante desarrolla del encendido y del apagado de conexiones neuronales le apoyan de manera notable en el manejo y control de sus apegos y de sus aversiones. Allí se encuentran los grandes beneficios de la meditación. Es a las adicciones y a los odios hacia donde el Buda apunta la acción purificadora
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El Buda sabe que no es a las bebidas alcohólicas a las que nos volvemos adictos (muchas personas las consumen sin desarrollar la adicción), sino a las sensaciones que ellas desencadenan en cada uno de nosotros. Los vicios se adquieren cuando los deseos de revivir experiencias placenteras se vuelven reacciones condicionadas automáticas e incontrolables. El Buda recomienda la abstención de las sustancias tóxicas a quienes quieran mantener una mente descontaminada; esa es la medida preventiva. Para quienes ya son víctimas de la adicción y necesitan, por supuesto, acciones purificadoras, la meditación es la medida correctiva. (Por supuesto que la meditación es una práctica recomendable para cualquier individuo, no solamente para los adictos). Pero es en la prevención y el tratamiento de problemas más complejos que las adicciones corrientes y los apegos rutinarios, con los cuales todos estamos familiarizados, donde la meditación budista está mostrando recientemente sus mejores beneficios.
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El descontrol de los mecanismos neuronales inhibitorios parece estar en la raíz de muchos problemas psiquiátricos y psicológicos. Si una fracción importante de nuestras neuronas permaneciera activa durante un buen rato, perderíamos rápidamente la cordura. Las neuronas inhibitorias son un factor importante en el mantenimiento del orden mediante la retención de las señales innecesarias, el silenciamiento de los ruidos superfluos y la conservación del equilibrio en los procesos nerviosos.
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Las investigaciones sobre la aplicación de la meditación de la atención y la meditación del éxtasis (o de versiones adaptadas de estas técnicas) en desarreglos de comportamiento han aumentado notablemente durante la última década. El malfuncionamiento de las neuronas inhibidoras ha sido asociado con una variedad de problemas tanto neurológicos (por ejemplo, la hiperactividad infantil y el déficit de atención) como psicológicos (por ejemplo, las fobias y los desórdenes compulsivos obsesivos).
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Para estos últimos problemas, el razonamiento de la psicología evolutiva para explicar la relación es simple. El miedo a las sensaciones dolorosas (hambre, dolor físico, soledad) y el agrado de las sensaciones placenteras (alimentación, bienestar, sexo) jugaron un papel crucial en nuestro desarrollo evolutivo. Los miedos promovieron la supervivencia de nuestros antepasados; las sensaciones agradables aseguraron la permanencia de la especie. Pero una vez desaparece el origen del miedo —saciado el hambre, desaparecida la causa del dolor, satisfecha la ansiedad sexual— las neuronas inhibitorias suprimen los correspondientes deseos y hacen un llamado a la inacción. No obstante, cuando las neuronas inhibitorias no cumplen su papel, aparecen entonces la gula, la adicción a los calmantes o la obsesión por el sexo (compulsiones o manías) o los miedos infundados a una amplia variedad de riesgos normales o peligros inexistentes (repulsiones o fobias). Los resultados iniciales de la meditación budista en el tratamiento de tales padecimientos son promisorios en grado superlativo; el ejercicio de las neuronas inhibidoras, que las estimula y silencia durante la práctica, parece ser la causa de estos resultados positivos. El Buda nunca habló en sus discursos de manías o fobias; él siempre se refirió a deseos desordenados o aversiones. Para el Buda, sin llamarlo de esa manera, las manías y las fobias eran simplemente impurezas de las cuales era necesario descontaminar a la mente.

Gustavo Estrada
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