Cuando hace muchos años, para
una navidad, íbamos hacia una concurrida fiesta en mi tierra natal, mis hijos,
de diez, trece y dieciséis años en aquel entonces, comenzaron a rochelear con
una ‘zarzuela náutica’ que, como ellos bien sabían, me divertía mucho: “Hola marineros decidnos qué hacéis, por qué
lucháis y por quién navegáis”. Tres minutos más tarde, al notar que no paraban
de cantar, recitar y reír, les pregunté: “¿Ustedes se saben el texto completo
de “Las majas del bergantín”? ¿Podrían actuarla en la reunión? Ambas respuestas
fueron afirmativas.
Esa noche, sin
acompañamiento musical o arreglo teatral alguno, mis muchachos hicieron reír a
carcajadas a la admirada audiencia, en una función espectacular (desde mi punto
de vista paternal, ciertamente parcializado). Pocos en mi pueblo tenían entonces
noción de quiénes eran ‘Les Luthiers’, el extraordinario conjunto argentino,
autor e intérprete de la divertida opereta.
El reciente fallecimiento de Daniel Rabinovich, integrante del grupo desde
cuando apareció en 1967, trajo a mi mente esta grata memoria familiar.
Desde sus primeras
presentaciones, con sus libretos, su actuación, su música, sus extraños instrumentos
y su ‘seriedad’, Les Luthiers comenzaron a agregarle ingredientes al humor en
español que los convirtieron pronto en fenómeno cultural. Ellos mezclan
magistralmente solemnidad (siempre actúan de smoking) y compostura (jamás
utilizan vocabulario vulgar en sus diálogos) con el humor más sensato,
inofensivo y original que pueda concebirse.
En la mayoría de los
chistes corrientes el arrogante frecuentemente menosprecia al humilde, el educado
ridiculiza al ignorante, el adinerado desdeña al pobre… Casi siempre ha sido así. Muchos pensadores
anteriores al siglo XX fueron mordaces con el humor. Para algunos filósofos de
la Grecia antigua, en la comicidad predomina la burla sobre el ingenio. Platón sostuvo que “nuestra risa expresa
sentimientos de superioridad sobre otras personas”. Y siglos después Descartes
consideró que la risa era una simple manifestación del sarcasmo y el ridículo.
Demasiadas bromas modernas todavía giran exclusivamente alrededor de la
prepotencia y la supremacía.
No ocurre así en las obras
de Les Luthiers. Si Platón y Descartes hubieran escuchado al grupo argentino
habrían apreciado la cara amabilísima de la risa como fenómeno saludable para
el individuo y la sociedad. Sus burlas son inofensivas o demasiado sutiles:
“¿No lo asalta de vez en cuando la melancolía, la memoria de las cosas
perdidas? Eh, justamente lo que he perdido es la memoria”. Incluso se mofan de
ellos mismos: “Hemos recibido innumerables pedidos de nuestro público,
solicitándonos la presencia en nuestro programa de un gran artista... ¡aunque
sea uno!”
Ocasionalmente, Les
Luthiers necesitan adaptar sus argentinismos a las audiencias de otros países.
Sin embargo, la mayoría de sus párrafos son en español ‘universal’; ni siquiera
sus distorsiones del idioma requieren ajustes de vocabulario o gramática: “La
vida merece ser vivida. En cambio, la muerte, ¿merece ser morida?” “Un suicida
no es el que mata a un suizo. No, un suicida es alguien que se quita la vida a
'sui' mismo”.
Resulta extremadamente
difícil efectuar comparaciones entre las motivaciones de la risa en culturas
diferentes e imposible hacerlas entre distintos idiomas. La risa es universal
pero las razones para reírnos cambian mucho con la geografía y los idiomas; es
más, cualquier comunidad estable, formal o informal, y sin importar su tamaño u
origen, desarrolla pronto sus propios modelos del humor. Es arriesgado pues dictaminar
que este humorista, ese grupo o aquella comedia son lo máximo en el
entretenimiento del planeta.
No obstante la advertencia,
me atrevo a asegurar que Les Luthiers -con su ingenio, su imaginación, sus
interpretaciones magistrales, su lenguaje, sea correcto o deformado-
constituyen la cumbre más alta del humor en el idioma español; ellos son una
especie de ‘Aconcagua de la risa’ entre la Patagonia y los Pirineos.
La desaparición de uno de
sus miembros nos ha invitado a rememorar al brillante grupo. Reto inmenso será
para Mundstock, Maronna, López y Núñez, las cuatro estrellas sobrevivientes,
llenar el vacío que deja Daniel Rabinovich.
Estoy seguro que el extraordinario artista quisiera que lo despidiéramos
con una carcajada. O, al menos, con una sonrisa, así sea de tristeza.
Gustavo EstradaAutor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/armonia-interior
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