jueves, 23 de julio de 2015

Bernini, estatuas e intuición

La belleza de la naturaleza es… natural y se disfruta sin necesidad de acudir a razonamientos. Una cascada que colorea su propio arco iris en un bosque soleado es hermosa por sí misma y todo su encanto es ‘propiedad’ de quien quiera apreciarla. La belleza de las artes, por otro lado, tiene patrones y reglas que la hacen menos espontánea. Por ello existen ‘connoisseurs’. La firma del autor y la prueba de autenticidad le suben a una pieza su precio así no aumenten en un ápice su hermosura. El renombre del artista es crítico para que esta sea adquirida por coleccionistas o museos. Aunque la belleza debería estar más allá de comparaciones y análisis, la realidad es diferente.
Recientemente, por segunda vez en mi vida, tuve el inmenso placer estético de deambular por la Plaza Navona de Roma, un magnífico centro de esculturas, pilas y construcciones. Su gran atracción es la Fuente de los Cuatro Ríos, una obra espectacular del artista italiano Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), el creador del arte barroco en la escultura. Las cuatro estatuas del magistral trabajo representan los cuatro ríos más importantes del mundo (Nilo, Ganges, Danubio y de la Plata) en la época de la construcción de la obra (1659).
El visitante no se cansa de caminar alrededor de la fuente y no hay palabras para comunicar el asombro que inspira este ‘paisaje’ de concepción humana. En la primera visita, mi ignorancia desconocía quién había sido Bernini y, para todo propósito, las aclaraciones, incluida la referencia a los cuatro ríos, se vuelven innecesarias.
La visibilidad de la fuente en una célebre plaza la hace de dominio público y el cálculo de un valor comercial carece de cualquier sentido. ¿Qué sucede con las obras que sí necesitan autenticación para estimar su precio? Aquí el análisis y la intuición entran en competencia.
En el comienzo de su excelente libro “Blink: Inteligencia intuitiva”, Malcolm Gladwell muestra con un caso de la vida real la importancia de la intuición en el reconocimiento del arte. En 1983, narra el autor canadiense, alguien le ofreció al Museo Getty de Los Ángeles una estatua griega de mármol del siglo VI a.C., de la variedad conocida como kuros. Tras catorce meses de pruebas y reconocimientos, los técnicos y los rastreadores de registros del museo endosaron la legitimidad y autorizaron la adquisición. Hacia finales de 1986 la estatua fue expuesta con gran despliegue.
El kuros era falso. Otros conocedores de arte, al observarlo por primera vez, sintieron en sus segundos iniciales ante la efigie lo que uno de ellos denominó ‘repulsión intuitiva’. Estos expertos desprevenidos no pudieron explicar en términos racionales qué era ese ‘algo’ que encontraban anormal en la obra. “Parece ‘fresca’”, dijo uno. “Siento como si hubiera un vidrio entre la estatua y yo”, expresó otro. “Algo no luce correcto”, manifestó un tercero. Esos instantes iniciales, donde solo la intuición juega, es lo que Malcolm Gladwell denomina ‘blink’ (chispazo) intuitivo. Las revisiones siguientes con otros peritos griegos les dieron la razón.
Por mi parte, desde la orilla opuesta del rechazo, es ‘admiración intuitiva’ lo que experimenté ante la Fuente de los Cuatro Ríos. Algo similar deben sentir los millares de personas que visitan la Plaza Navona, así desconozcan el siglo de Bernini o la localización geográfica de los cuatro ríos.
En marzo pasado, veintidós años después de la frustración ‘kúrica’, el mismo Museo Getty recibió de Londres una nueva llamada, esta vez para ofrecerle un busto del Papa Paulo V, esculpido en 1621, por el mismo Gian Lorenzo Bernini, y cuya rastro se había perdido en colecciones privadas. Timothy Potts, el gran jefe del Getty, no la misma persona de la historia anterior, cuando recibió la llamada, voló de inmediato a Inglaterra para adquirir semejante tesoro. “Bernini fue el maestro de las ‘semejanzas hablantes’. Él encontró una manera de soplar vida en el mármol”, dijo.
Como supongo que ocurre con el 99.9% de los negocios de arte que completa el Getty (la estatua griega de 1983 se encuentra en el remanente 0.1 %), el busto de Paulo V sí era auténtico. Por conocimiento y por intuición el señor Potts sabía lo que estaba adquiriendo. El pasado 18 de junio el busto fue colocado en exhibición, con despliegue similar al del kuros treinta y dos atrás.
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/armonia-interior

martes, 7 de julio de 2015

Personalidad y ser esencial

Nuestro ‘yo’ es la unión de varios agregados (cuerpo, señales sensoriales, percepciones…) que nos generan la certeza de que existimos y que se manifiesta como continuidad y consistencia en nuestro comportamiento. El ego redundante es la sumatoria de los condicionamientos mentales que resultan de deseos desordenados, aversiones y opiniones sesgadas. El ser esencial es lo que nos queda del 'yo' después de que los condicionamientos mentales los hemos  silenciado (si es que logramos hacerlo); en otras palabras, el ser esencial es el remanente del ‘yo’ inflado cuando le suprimimos el ego redundante.

En nuestro comportamiento, el ego redundante es lo que nos hace muy diferentes unos de otros; cada individuo condiciona su mente según su origen, crianza, su educación, la cultura donde crece y vive… Si mágicamente le recortáramos a un grupo de personas sus ‘egos redundantes’, ¿se comportarían todas ellas de una misma descontaminada manera como si fueran ahora metales puros a los cuales se les ha removido la escoria?

Aunque los condicionamientos que nos manejan son reales (si nos observamos con cuidado los encontramos) y su eliminación es factible (todos hemos dejado al menos una adicción), las nociones de ser esencial  y ego redundante son hipótesis que la ciencia aún no está en capacidad de comprobar o negar. No se han identificado aún los circuitos nerviosos ni las áreas de la corteza prefrontal donde el ser esencial y el ego redundante están codificados. Mientras que las instrucciones del primero se originan de nuestros genes, las del segundo provienen el mundo exterior (padres, amigos, maestros, publicidad, medios...). 
Nuestro ser esencial es nuestra personalidad ‘hipotéticamente’ pura y auténtica, resaltando que son pocos los individuos ‘descontaminados’ y libres de influencias dañinas; quienes se encuentran en tan deseable estado no se vanaglorian de su desarrollo mental.

Hay numerosos cuestionarios para identificar nuestro tipo de personalidad. El modelo de las cinco grandes dimensiones es uno de los más reconocidos por los estudiosos de la conducta humana. No existen, en cambio,  clasificaciones de ninguna índole alrededor del ser sencial.
El modelo de las cinco grandes propone la determinación de la personalidad con base en cinco factores, cada uno de ellos estimado entre dos extremos: (1) sociabilidad (extraversión versus introversión), (2) apertura a la experiencia (temeridad versus cautela), (3) nivel de responsabilidad (escrupulosidad versus negligencia), (4)  interés por la armonía social (amabilidad versus suspicacia), y (5) nivel emocional (estabilidad versus ‘neurosticismo’).

Varios estudios de mellizos idénticos han encontrado que las influencia genética y ambiental en nuestra personalidad son aproximadamente equivalentes para cada uno de los cinco factores. El factor donde los genes tienen mayor influencia es en la apertura a la experiencia (57-61% es el rango de los tres estudios revisados para esta nota) mientras que la dimensión con mayor impacto del medio se encuentra en el nivel emocional (52-59%). 

Cuando eliminamos nuestro ego redundante, el ser esencial se hace cargo de nuestra vida. Entonces, sin esfuerzo, sin ninguna clase de lucha para completar objetivos específicos o alcanzar determinados destinos, fluiremos espontáneamente con nuestra existencia, en la dirección que nuestras preferencias genéticas le trazan a nuestra personalidad. “El Orden Natural  no hace nada y, sin embargo, no deja nada sin hacer. Cuando la vida es simple, las afectaciones desaparecen y nuestro ser esencial brilla. Cuando no hay deseos desordenados, todo está en armonía”, escribió el filósofo chino Lao Tzu hace veinticinco siglos.
El ser esencial influye en nuestra personalidad en la medida que abre las puertas para que nos desplacemos en una dirección apropiada, que no es estándar o universal y que no implica calificativos de correcta o inadecuada. El ser esencial resulta de la sustracción de condicionamientos y el remanente genético es  diferente para cada individuo. En consecuencia, la respuesta a la pregunta  del comienzo de esta nota es negativa: No, definitivamente no, el comportamiento desde el ser esencial es individual y diferente cada persona.    

Y cuando nos movemos sin depender de condicionamientos innecesarios, lo ‘mejor’ -lo que ha de ser- de nosotros se expresa y las probabilidades de marchar en el ‘camino correcto’ son las ‘óptimas’. En cambio, cuando nuestro piloto es el ego redundante, nuestra personalidad se distorsiona y son el medio y los medios quienes manejan nuestra existencia.

Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente
www.harmonypresent.com/armonia-interior