domingo, 16 de agosto de 2015

Prodigios y obsesiones de la tecnología

Así carezcan de consciencia, los teléfonos inteligentes son… inteligentes. La función de sus antecesores celulares fue apenas la telefonía móvil pero sus habilidades  comenzaron pronto a quitarle territorio a los computadores portátiles y a actuar, al igual que estos, como ‘clientes’ de Internet. Los teléfonos inteligentes están ahora opacando, cuando no acabando, con calculadoras, grabadoras de sonido, cámaras fotográficas, sistemas de posicionamiento global (GPS), relojes y cronómetros.                 
En asocio con otros dispositivos, los teléfonos inteligentes se están metiendo en todo. Por ejemplo, ya están funcionando o se encuentran en desarrollo aplicaciones que, a través de ellos, recogen información de salud física o mental para propósitos tanto de investigación como de detección de problemas. ¡Quién hubiera soñado esto! Miremos dos casos.
La Facultad de Medicina de la Universidad de Standford completó hace poco una aplicación tanto para vigilancia de la salud cardíaca como para recolección de información que ayude a mejorar la comprensión del funcionamiento del corazón. El software, que opera en una plataforma Apple, utiliza los sensores de movimiento de los teléfonos. El programa no solo registra la actividad física de los dueños y los factores asociados de riesgo sino que genera ¡ojo! recomendaciones personalizadas. El día del anuncio el estudio inicial registró diez mil interesados.
En el lado de la salud mental, la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Connecticut está diseñando otra aplicación que espera recoger datos sobre variables asociadas con la actividad física y las interacciones sociales mediante los sensores y los micrófonos de los teléfonos. Por ejemplo, el GPS incorporado provee pautas para calcular la frecuencia con la cual el usuario está saliendo de su casa mientras que los micrófonos permiten estimar, de acuerdo con el tono de la voz, su estado de ánimo. Estas y otras piezas de información proveerán bases para ‘medir’ y comparar niveles de depresión.
Anteriormente la transferencia de nuevas tecnologías a los países menos avanzados podía tomar décadas; ahora la universalización de los nuevos desarrollos ocurre mucho más rápido. Estos avances, con tantos beneficios potenciales, se extenderán pronto por todo el planeta. Las cosas que se podrán hacer entre las aplicaciones especializadas y los celulares modernos solo estarán limitadas por la imaginación.
No todo es color de rosa, sin embargo. Abundan en Internet las caricaturas que ridiculizan la dependencia creciente y el comportamiento obsesivo que los teléfonos inteligentes están engendrando en sus usuarios. Hay preocupación real entre los académicos de las ciencias sociales sobre las posibles consecuencias dañinas de esta tendencia. ¿Disminuirá el contacto personal? ¿Desplazarán los textos a la comunicación verbal? ¿Se tornará la gente más introvertida?  Las respuestas no son claras ni predecibles.
No obstante, por sus logros positivos, nadie discute la inteligencia de los celulares modernos, así tales artefactos sean ignorantes de lo que están haciendo. Admiradores le sobran a esta ‘magia’ maravillosa, algunos con razonable cautela. Una frase que escuché hace poco resume la mezcla de admiración y temor alrededor del tema: “Los teléfonos actuales son tan extremadamente inteligentes que están manejando a sus dueños”.  Y, además, como que pronto estarán recetándoles.
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/armonia-interior

lunes, 3 de agosto de 2015

Ansiedad, estrés y sufrimiento

Redundante es lo que está de más; esencial es lo que no debe faltar. No existe una línea nítida entre lo esencial y lo redundante, y siempre hay muchas cosas que, dependiendo de quién está juzgando, alternan entre inadecuadas, neutras, o convenientes. Así sucede con el comportamiento humano: Entre el ser esencial, que guía nuestra vida por el camino apropiado, y el ego redundante, que puede tomar el control de nuestra conducta sin que siquiera nos demos cuenta, hay millones de rutinas y datos en una ‘memoria de trabajo’, noción esta que, buscando simplicidad conceptual, he omitido mencionar en mis notas.

Mi omisión resultó desorientadora. El doctor Luis H. Ripoll, psiquiatra y profesor del Centro Médico Monte Sinaí de Nueva York, manifestó su desacuerdo con esta simplificación en una revisión detallada de una de mis columnas recientes: "Creo que es imposible tanto librarse del llamado ego redundante como vivir exclusivamente desde el ser esencial”.  Tan valiosa opinión hace inevitable la referencia a la noción de memoria ‘neutral’ de trabajo que en un principio quise evitar. No obstante tal consideración, el ego redundante es sobrante y dañino y, por supuesto, debe reducirse y, eventualmente, eliminarse.         
En la memoria de trabajo se encuentran todos los datos e instrucciones para la vida rutinaria que no son esenciales ni superfluos. Aclaremos esto con la función del lenguaje.  La capacidad de comunicarnos es pieza fundamental del ser esencial; el hábito de decir mentiras de algunas personas está en el ego redundante;  los idiomas que hablamos se encuentran en la memoria de trabajo. La lista de lo que hay en esta memoria incluye conocimientos generales o específicos, habilidades laborales, información de todo lo conocido, registros de nuestra historia… Y un sinnúmero de datos y procedimientos.
El ser esencial de alguien que crece con sus padres sería similar al que se expresaría para esta misma persona si, cuando recién nacido, hubiera sido dado en adopción. La memoria de trabajo y el ego redundante, en cambio, contendrían condicionamientos completamente diferentes, según el curso que haya tomado la vida de esa persona.
El Buda denomina formaciones mentales a los condicionamientos, las rutinas y los datos que aprendemos tanto a propósito como involuntariamente. Las formaciones mentales pueden ser perjudiciales o beneficiosas; las formaciones mentales perjudiciales -los deseos desordenados, las aversiones  y las opiniones sesgadas- son los condicionamientos que debemos eliminar y los que conforman nuestro ego redundante. Las formaciones mentales beneficiosas, como las preferencias saludables alimenticias y las costumbres sanas, que debemos conservar, se localizan en la memoria de trabajo.
El ego es la instancia por la cual una persona reconoce su identidad y sus relaciones con el medio. En frases ‘subido de ego’, la palabra conlleva connotación de tamaño, hecho este que respalda la ‘dimensión’ variable y reducible del ego redundante.
Otros pensadores, sin conexión alguna con el budismo, han formulado ideas que insinúan la existencia en cada persona de un ser esencial y un ego redundante, sin hacer referencia alguna a tales expresiones. La cita más conocida del  filósofo franco-suizo Jean Jacques Rousseau dice que “El hombre es naturalmente bueno y la sociedad lo corrompe”. Y en otro discurso el mismo autor escribe: “El hombre nace libre, y en todas partes se encuentra encadenado... Era bueno por naturaleza, pero se daña por la influencia perniciosa de la sociedad y las instituciones humanas”.  La bondad natural del ser humano es asimilable a su ser esencial; la corrupción que le agrega la sociedad es equivalente al ego redundante.
El pensamiento de Rousseau es bastante pesimista. Al comienzo de su célebre ‘Emilio, o De la educación’, anota el filósofo que “todo degenera en las manos del hombre”. El Buda, en contraposición, es más optimista y en la tercera verdad del budismo declara: “Con la extinción de los deseos desordenados, las aversiones  y las opiniones sesgadas -esto es, el ego redundante- cesa el sufrimiento”, mal este que en el mundo moderno se conoce como ansiedad y estrés, y que todos quisiéramos sacar de nuestras vidas.
Gustavo Estrada 
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/armonia-interior