martes, 1 de julio de 2014

¿Por qué es tan difícil ser imparcial?




En una nota reciente sobre la extrema polarización existente en Colombia entre los partidarios de Álvaro Uribe y sus contradictores, este columnista buscó cuidadosamente ser imparcial. Según los resultados de una encuesta alrededor del escrito y los correos electrónicos que recibió, menos de la mitad de los lectores consideraron que su intención había sido exitosa. Un significativo 44% de quienes respondieron la encuesta y casi todos los mensajes -algunos objetivos, muchos otros bastante apasionados- juzgaron que la nota estaba sesgada a favor del ex presidente. “Su escrito es un intento de imparcialidad estrepitosamente fallido”, anotó un lector, y otro más, como consecuencia del ‘uribismo’ de la columna, solicitó la remoción de su correo electrónico del directorio del autor.

Imparcialidad es la falta de designio anticipado o de prevención en favor o en contra de alguien o algo, que permite juzgar o proceder con rectitud; esto es lo que dice el diccionario de la academia. En la práctica, sin embargo, ser imparcial es mucho más difícil de lo que aparenta la definición pues, sin darnos cuenta, tendemos a calificar de imparciales a las opiniones que coinciden con las nuestras y de sesgadas a aquellas que no. ¿Por qué nos es tan difícil ser neutrales? Sencillo y complicadísimo: Por la forma cómo el cerebro codifica nuestro consciencia del ‘yo’.

Cuando expresamos una opinión -mi opinión-, casi siempre decimos ‘yo’ creo, ‘yo’ concluyo, ‘yo’ sé, o alguna declaración parecida; ‘yo’ es el pensador, el erudito, el sabihondo… Las opiniones son pensamientos y ‘mis’ pensamientos son fruto inevitable de todos los conocimientos, condicionamientos, creencias y experiencias que se han acumulado en nuestro cerebro desde cuando éramos niños, la gran mayoría de ellos sin que ‘yo’ autorizara, interviniera o me diera cuenta. Poco o nada memorizamos de nuestros tempranos años de infancia porque el rompecabezas del ‘pensador’ apenas se estaba armando y, en consecuencia, el ‘yo’ recordador todavía no existía.

Los registros acumulados en la corteza cerebral edifican las premisas sobre las cuales se fundamentarán nuestras conclusiones, las cuales, a su vez, serán nuevas premisas que reforzarán las preferencias y prejuicios en el ‘yo’ juzgador. Los pensamientos construyen al pensador, y no al contrario. Tales premisas se convierten en una ‘verdad’ que es parte integral del mi ‘yo’; todo lo que discrepe de mi ‘verdad’ –de mi religión, de mi patriotismo, de mi doctrina, de la postura política de mi candidato…- es falso.

Sin necesidad de referirse a registros cerebrales, el filósofo J. Krishnamurti había expresado ideas similares desde décadas atrás: “Puesto que el hábito de pensar de acuerdo con ciertos patrones está grabado en nuestra mente, cualquier intento mental de rebelarnos contra tales patrones está regido por los mismos, al igual que un prisionero que (sujeto a la voluntad del carcelero) se rebela para solicitar mejor alimentación… pero siempre desde adentro de la prisión”. Y en otro discurso agrega el sabio hindú: “La verdad debemos buscarla en el entendimiento del contenido de nuestra propia mente…”  No podemos pues ser imparciales -no podemos ser libres- dentro de la prisión de nuestros condicionamientos mentales.

Después de alguna charla de J. Krishnamurti, una admiradora se aproximó al sabio hindú para expresar adhesión a sus enseñanzas. “Soy su seguidora incondicional”, dijo ella con intención aduladora. La respuesta del filósofo desconcertó a la espontánea seguidora: “Usted no ha entendido nada de lo que he explicado”.

La imparcialidad solo puede pues surgir cuando llegamos a la raíz de nuestras opiniones, que se encuentra en nuestras creencias y nuestras doctrinas; es de allí de dónde surgen nuestras convicciones inflexibles. La comprensión intelectual de las enseñanzas de Krishnamurti es relativamente sencilla; su asimilación íntima, sin embargo, requiere la observación cuidadosa y permanente de los mecanismos y artimañas de nuestra mente para llegar hasta los orígenes de nuestros sesgos y prejuicios. Solo entonces podremos calificarnos de imparciales. Antes de ello, seremos apenas seguidores incondicionales. Así presumamos de objetivos.

 

Gustavo Estrada
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