Según el psicólogo estadounidense Abraham Maslow, los humanos
buscamos la satisfacción de nuestras exigencias según una jerarquía cuyos
cuatro primeros niveles se conocen como necesidades de deficiencia. Por
ejemplo, consumimos alimentos para las demandas fisiológicas; buscamos techo
por razones de seguridad; tenemos amigos por complacer nuestros requerimientos
de pertenencia; y ejecutamos tareas sobresalientes para satisfacer la necesidad
de estima.
¿Por qué queremos agradecimiento imperecedero para algunos de
nuestros actos? La necesidad de estima, la cuarta de la escala, es la necesidad
de encontrarnos a gusto con nuestra existencia, desde nuestra perspectiva -la
autoestima: ¿Cómo me veo yo?- y desde la percepción ajena -el reconocimiento:
¿Cómo me ven los demás?-. La autoestima depende de y desaparece con nosotros. El
curioso deseo de ser recordados post-mortem es una extrapolación anómala de la necesidad
normal de reconocimiento mientras estamos vivos. Pensar que nuestras obras son
perdurables nos genera una sensación imaginaria de eternidad que nos lleva a creer
que seguiremos existiendo.
Sabemos
con certeza que moriremos pero no logramos imaginarnos extinguidos; la frase ‘estoy
muerto’ es impronunciable en su sentido literal. Algunos
poetas, que con frecuencia penetran en la mente humana con más sutileza que los
psicólogos, están en desacuerdo con tan artificial eternidad y hasta se burlan
de la necesidad de ser recordados; para ellos su vida y sus obras son
suficientes. Veamos algunas citas literarias, la primera con historia previa.
En 1957 el escritor Gonzalo Arango funda el nadaísmo, un
movimiento rebelde que, según su manifiesto inicial, pretende “no dejar una fe
intacta ni un ídolo en su sitio”. Los nadaístas cometen toda clase de
irreverencias, desde incineración de libros hasta sacrilegio de hostias, consiguiendo
grandes titulares de prensa, con bombo y fanfarria suficientes que asegurarían
memoria duradera a Gonzalo Arango. Todo cambió, sin embargo. En 1970 el poeta
abandona su movimiento y el ateo radical se convierte en un irreconocible espiritualista.
Justo en ese mismo año, el escritor vallecaucano Orlando
Restrepo Jaramillo publica “Más allá de las palabras”, una colección de sus
poemas que envía a su amigo antioqueño. Gonzalo Arango le responde con una
cálida nota que recientemente Orlando compartió con este columnista. De esa
misiva, tomo la siguiente inspirada frase de desapego a la eternidad: “Vivir no
es más que caminar hacia el olvido con un montón de sueños y equipajes rotos”.
Jorge Luis Borges podría haber pronunciado tan elocuente línea; sus
versos de desmemoria y desprendimiento son abundantes. En su poema ‘Ya somos el
olvido’ escribe el gran argentino: “Ya somos el olvido que seremos… Ya somos en
la tumba las dos fechas del principio y el fin… No soy el insensato que se
aferra al mágico sonido de su nombre…” En ‘Soy’, el poeta se describe como “Soy
el que es nadie, el que no fue una espada en la guerra. Soy eco, olvido, nada.”
Y ‘Límites’ termina con “Creo en el alba oír un atareado rumor de multitudes
que se alejan; son los que me han querido y olvidado; espacio y tiempo y Borges
ya me dejan.”
Dos
mil quinientos años atrás, el Buda establece, con meridiana claridad, que somos
transitorios y que cuando morimos nada nuestro permanece. Nos vamos y nos
fuimos. La negación de nuestra transitoriedad y la expectativa de un algo
paralelo que perdura nos crean la ilusión de algún ente inmaterial que nos
sobrevive. En su poema ‘Ajedrez’ Omar Khayyám (1048-1131), filósofo y astrónomo
persa, comparte el pensamiento del Buda: “La vida es un tablero de ajedrez; los
cuadros, las noches y los días; nosotros, las piezas que el Destino juega. Aquí
y allá, nos mueve, nos da jaque, toma, mata… Y, uno a uno, a todos nos arroja
en la caja de la Nada”.
Así
las cosas, mantengamos al día nuestros asuntos terrenales. En cuanto a la
eternidad, despreocupémonos de las memorias imperecederas, que ni siquiera el
universo es permanente. Más bien, aceptemos la realidad de la muerte y, si
somos capaces, riámonos de ella mientras recitamos otro poema de Omar Khayyám:
“Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana,
procura ser feliz hoy. Toma un ánfora de vino, siéntate a la luz de la luna y
bebe, mientras piensas que quizás mañana la luna te busque… En vano.”
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