miércoles, 22 de abril de 2015

Ser esencial y ego redundante

Nuestro sentido de identidad –nuestro ‘yo’– es la unión de varios agregados (cuerpo, señales sensoriales, percepciones…) que caracteriza a una persona y se manifiesta como continuidad y coherencia en su comportamiento. De acuerdo con el budismo ‘ortodoxo’, el sufrimiento –la ansiedad y el estrés modernos– tiene sus raíces en el sentido de identidad y resulta del aferramiento a los significados de ‘yo’, ‘mío’, ‘mí’ y ‘me’, palabras estas que trazan límites excluyentes entre cada individuo y el resto del mundo.

¿Tenemos que extinguir el ‘yo’ para eliminar el sufrimiento? No, la renunciación ascética no es solución práctica para la ansiedad o el estrés. En su lugar, necesitamos deshacernos del ego redundante, una alternativa más razonable. ¿Qué es el ego redundante? Hablemos un poco del software que genera el sentido de identidad.

Nuestro ‘yo’ está codificado en la corteza prefrontal del cerebro en trillones de mensajes neuronales cuyo funcionamiento aún no comprendemos. Una fracción de este número gigantesco contiene las instrucciones que necesitamos para llevar una vida armoniosa y efectiva y cuyo resultado es el ser esencial, nuestra naturaleza interior.

En paralelo existe otro gran volumen de código encargado de todos los condicionamientos y hábitos indeseables –las formaciones perjudiciales, en la terminología del budismo–. Tales formaciones son las generadoras de los deseos desordenados que llevan a la codicia y a las adicciones, las aversiones que crean pánicos y odios, y los prejuicios que ciegan nuestro entendimiento; ellas determinan el ego redundante. Si queremos acabar con el sufrimiento, debemos inhibir las formaciones mentales perjudiciales, esto es, apagar sus correspondientes instrucciones neuronales.

El ego redundante crece de comportamientos, inicialmente inofensivos pero que se salen de control, como el deseo de ese bocado adicional que no debemos comer, la antipatía hacia esa persona que nos falló alguna vez, o el apoyo incondicional a nuestra afiliación doctrinaria. El ser esencial es el 'yo' reducido después de que las formaciones dañinas han sido silenciadas, en otras palabras, es el residuo del ‘yo’ inflado cuando suprimimos la porción redundante.

Una vez que hemos eliminado nuestro ego redundante, el ser esencial se hace cargo de nuestra vida. Entonces, sin esfuerzo, sin ninguna clase de lucha para completar objetivos específicos o alcanzar determinados destinos, fluiremos espontáneamente con nuestra existencia.

Miguel Ángel, el gran artista del Renacimiento italiano, creía que las imágenes ya existían en los bloques de mármol como si estuvieran encerradas allí. Antes del primer corte, pensaba, el ​​escultor debía descubrir la efigie adentro y luego proceder a eliminar el exceso de material. Miguel Ángel, tan fácil para él, sólo retiraba del mármol lo que no era estatua.

De la misma manera, nuestro yo inflado, repleto de formaciones dañinas, es como una enorme piedra, muy, muy pesada; el ser esencial, nuestra propia obra de arte, se encuentra en algún lugar dentro de esa roca. Si queremos encontrarlo, como el artista sugiere para el mármol, también tenemos que eliminar el excedente. Nosotros tenemos las habilidades para remover los trozos que no son parte de nuestra naturaleza interior; la tarea –sólo hay que preguntarle a Miguel Ángel– requiere, sin embargo, muchísima perseverancia.

Cuando hayamos terminado, vamos a experimentar de manera muy diferente nuestra propia existencia y todo lo que nos rodea. Nuestro ser esencial surge espontáneamente después de silenciar nuestras formaciones mentales dañinas y de eliminar nuestro ego redundante. No encontramos ese ser esencial mediante razonamientos, cultos o creencias porque estas se basan en las formaciones mentales que han fabricado nuestro yo inflado.

Tampoco podemos depender de guías espirituales, maestros o gurús. Algunos sabios pueden en verdad señalarnos una dirección correcta, pero nadie puede conducirnos hasta nuestro ser esencial; ese hallazgo debemos hacerlo nosotros mismos. No podemos construir ni refinar nuestra naturaleza interior; ella ya está allí. Tampoco podemos alcanzarla mediante trucos intelectuales; el trabajo consiste en acallar los ruidos mentales y desaprender –desprogramar, borrar– las formaciones mentales perjudiciales.

Una vez que Miguel Ángel retiró los fragmentos superfluos en los bloques de mármol, las armonías de su ‘Pietà’, de su ‘David’ o de su ‘Moisés’ resultaron magníficas. Cuando cortemos el material excedente de la piedra gigantesca de nuestro ‘yo’ inflado, allí mismo, dentro de nosotros, nuestro ser esencial se manifestará, vibrando en armonía interior. Solamente tenemos que eliminar lo innecesario.
Gustavo Estrada
Adaptado de ‘Inner Harmony through Mindfulness Meditation’

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