martes, 10 de junio de 2008

Budismo y genética

La noción de renacimiento, el flujo permanente entre muertes y nacimientos de una corriente continua de consciencia, es fundamental en el budismo. Matthieu Revel, ex biólogo y monje budista activo, dice que “este continuo es como el fuego de un leño que pasa a otro leño, que a su vez enciende un tercero, y así sucesivamente; la llama del último leño no es la misma del comienzo, pero tampoco es una diferente”.

Soy practicante de las Enseñanzas del Buda, no religioso, no afiliado y no suficientemente disciplinado, y tengo serias dificultades en entender, no obstante lecturas, reflexiones y meditaciones, el concepto de renacimiento. Y, como me apoyo en el Buda para desechar hipótesis metafísicas, tampoco lo puedo creer como acto de fe. En las brillantes teorías del biólogo evolutivo Richard Dawkins he encontrado una metáfora que de cierta forma compagina ciencia con budismo y genética con renacimiento y que quiero resumir a continuación. Veamos.

Diez mil millones de años después del comienzo del universo, tras una fortuita combinación de colisiones, emulsiones y reacciones químicas, se forma en la Tierra una extraña molécula que es capaz de captar los materiales a su alrededor, manipularlos de alguna forma y generar con ellos copias de sí misma. “Replicadores” es el nombre que Dawkins le asigna a estas moléculas. El proceso autocopiador de los replicadores no es perfecto; durante él ocurren errores que producen cadenas moleculares diferentes, estas también con capacidad de reproducirse. Aparecen entonces nuevas y numerosas variedades de replicadores, que empiezan a competir por la materia prima inerte requerida para la manufactura de sus congéneres o a utilizarse unos a otros, los más fuertes a costa de los más débiles, como materia prima orgánica.

La proporción de los replicadores más efectivos aumenta; los replicadores menos eficientes desaparecen. En la complejidad creciente de las duplicaciones, surgen unos compuestos con paredes protectoras de proteínas que favorecen su estabilidad para originar así las primeras células. Cito ahora textualmente a Dawkins: “Los replicadores comenzaron no meramente a existir, sino a construir contenedores para ellos mismos, especies de vehículos para su propia existencia. En tiempos difíciles, los replicadores que sobrevivieron fueron aquellos que construyeron máquinas de supervivencia para vivir en ellas… Nosotros somos máquinas de supervivencia, pero ‘nosotros’ no somos solo los humanos; el pronombre abarca animales, plantas, bacterias y virus”.

Para llegar hasta la complejidad actual del ADN, la evolución de los replicadores tarda millones de años; la variación es primero molecular, después unicelular, luego multicelular y, por último, orgánica. En el proceso resultan formas muy diversas de copiado y reproducción y, tras otros tantos millones de años, la evolución llega hasta el hombre, la más compleja de las máquinas de supervivencia.

La unidad funcional y estructural de todos los seres vivos es la célula, el bloque de construcción de la vida, y el núcleo de la célula es el custodio de los secretos de la genética. Allí, en los genes del ADN (23.000 en el caso del ser humano), se encuentran las instrucciones precisas para el desarrollo y la funcionalidad vital del organismo al que pertenece la célula. El diseño codificado en cada gen es eterno. Dice Dawkins que “los genes saltan de cuerpo a cuerpo, a través de generaciones, dejando atrás una sucesión de organismos perecederos antes de que se hundan en senilidad y muerte. LOS GENES SON INMORTALES o, más bien, están definidos como entidades merecedoras de tal título”. Algunas de nuestras instrucciones genéticas bien pueden tener la antigüedad misma de la vida, unos 3500 millones de años.

Pregunto ahora: ¿No están pues los genes muy cerca de “la corriente de consciencia que renace”, con la que Matthieu Revel explica la propagación de la vida? ¿Y en el instante mismo de la concepción de nuestro ser, no están utilizando los genes a la recién construida máquina de supervivencia para “renacer” en ella y buscar la eternidad a través del nuevo cuerpo temporal?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pareció super interesante este artículo. La metáfora de los leños es un comienzo que me provee el camino para intentar entender como se puede armonizar la experiencia de Buda en el sentido de que no hay nada esencial en nosotros (nada que perdure, que trascienda) y el continuo, la continuación de la vida, aunque no necesariamente la reencarnación.

Anónimo dijo...

A pesar de su profundidad es una teoría facil de aceptar. Sin embargo yo me quedo con una concepción práctica sobre la necesidad de la reencarnación: Es que es fundamental para preservar el sentido de justicia que debe existir en el Universo. Solamente varias vidas pueden proveer varias oportunidades para perfeccionar al ser, para que reciba premios, castigos y similares satisfacciones.

Anónimo dijo...

Los genes son la prolongación de la vida mas allá de nuestra existencia personal, sin embargo, la vida tuvo un principio y tendrá un final. Lo verdaderamente eterno es la materia en su forma mas simple, elemental. Todos los atomos de nuestro cuerpo, con la exepción de los de hidrógeno, fueron creados en el corazón de una supernova; los de hidrógeno provienen del Big Bang.

Anónimo dijo...

Hablando de enfermedades genéticas, los médicos occidentales hablan de la información genética como determinante de muchas patologías. En la medicina alternativa (sintergética) se menciona que las enfermedades, que no son otra cosas que desequilibrios del balance mente-cuerpo-espíritu- se transmiten de padres a hijos en energías que contienen esa información. Para sanarse, es necesario corregir esos desequilibrios de nuestros antepasados que dieron origen a la enfermedad. Interesante, no?

Anónimo dijo...

Diez personas participaron en la encuesta acerca del destino de la consciencia vital después de la muerte, asociada a este escrito. Los resultados fueron los siguientes:

Resurrección al final de los tiempos: 20%
Reencarnación en otro ser: 10%
Renacimiento de una corriente de consciencia: 30%
Desaparición: 40%

Anónimo dijo...

Gustavo : a pesar de la complejidad del tema, creo que entendí el origen de los humanos. Excelente tu claridad.
Cordialmente,
CERL.