Hay momentos cuando queremos concentrarnos en algo -leer un texto,
escuchar una presentación, efectuar una tarea cuidadosa- y, sin darnos cuenta, nuestra
mente se nos vuela en otra dirección. Nos enviamos entonces mensajes de apoyo ¡estoy
atento!, ¡no puedo divagar!, ¡ánimo! pero pronto vuelven, juegan y ganan las distracciones.
Nuestro cerebro carece de módulos que ordenen la concentración mental, como sí
los tiene y utiliza para iniciar cosas más sencillas como hacer una llamada telefónica
o salir a almorzar.
Concentrarnos es inhibir señales perturbadoras; distraernos es rendirnos
a ellas. La concentración no resulta de la excitación de circuitos nerviosos para
que nos mantengan atentos en la tarea de turno sino de la inhibición de las
señales distractoras disparadas al azar por nuestros condicionamientos mentales
-las preferencias y antipatías que nos han sembrado los medios y la cultura-. Los
mecanismos neuronales que comandan acciones se conocen como circuitos
excitadores; aquellos que suspenden tareas se denominan circuitos inhibidores. Estos
son tan importantes como aquellos y el balance entre ambos es fundamental en
nuestro desempeño.
¿Existen ejercicios para mejorar la concentración? Sí y ayudan: Practicar
hatha yoga, mantenerse quieto por largo rato, detectar diferencias entre dos
dibujos... Por el diseño mismo de su práctica, sin embargo, la meditación de
atención total es la mejor forma para desarrollar nuestra concentración.
Una vez inmóvil, callado, con boca y ojos cerrados, el meditador deja sin
oficio, por el tiempo que dure la práctica, a una amplia variedad de circuitos
cerebrales: los ‘motrices´, ‘los parlanchines´, los ‘glotones´ y los ‘mirones´;
‘dejar sin oficio’ es inhibirlos. Por ejemplo, con solo cerrar los ojos
silenciamos la quinta parte de nuestras neuronas, pues la visión es una de las funciones
más demandantes de cerebro.
El lector puede formarse una idea somera del
funcionamiento de los mecanismos inhibitorios sosteniendo su atención por unos segundos en el contacto de
alguna parte de su piel con la ropa, o de su cuerpo con la silla donde está
sentado. Con la práctica y el tiempo, el interesado detectará señales mucho más
sutiles que las de puro contacto.
En los movimientos de la atención hacia
distintas partes del cuerpo y en la percepción de sensaciones comúnmente
ignoradas, el meditador ejercita sus circuitos
inhibidores, llevándolos a que
se enciendan y se apaguen durante la práctica. Esta técnica de activar y
desactivar circuitos neuronales es equivalente a la de tensionar y soltar
tendones y fibras musculares durante un ejercicio físico.
Los mecanismos inhibitorios son los encargados de mantener la consciencia
libre de la información irrelevante que la desvía de la culminación exitosa de
la tarea del momento. El ejercicio continuado de estos mecanismos conlleva un
incremento sustancial de nuestra facultad de concentración.
¿Conducen a mejoras similares otras formas de meditación? Sí, aunque en
menor escala. Con el ejercicio continuado de la atención total, el meditador
alcanza, sin buscarlo, un estado de placentero silencio. No ocurre así con
otros enfoques que apaciguan la mente con artificios caprichosos. Por ejemplo,
hay prácticas que incluyen la repetición, verbal o mental, de mantras o palabras
‘sagradas´ que perturban inevitablemente el silencio mental puro. En la
meditación de atención total no hay cánticos, esencias, dibujos o sonidos…
Hasta la palabra ‘silencio’, cuando la pronunciamos, produce ruido.
“En toda interpretación”, le escuché decir a un guitarrista magistral, “los
sonidos son tan importantes como los silencios”. Ocurre igual con nuestra
actividad cerebral. Agregaba este virtuoso que durante los ensayos su atención siempre
la enfoca tanto en las notas como en las pausas -los sonidos y los silencios-. Nuestra
acelerada rutina diaria nos impide escuchar las algarabías de nuestra mente y
menos aún prestarle atención a sus poco frecuentes sosiegos.
La atención total, mindfulness,
es la observación permanente de los sonidos y los silencios en nuestra cabeza.
La meditación de atención total, a su vez, es el ejercicio de los circuitos
inhibitorios para que, una vez fortalecidos, detengan los ruidos innecesarios.
La concentración se vuelve entonces una actividad natural y espontánea que no requiere
de fuerza de voluntad.
Gustavo EstradaAutor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
http://www.harmonypresent.com/Armonia-interior
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