La inteligencia y la consciencia son dos características
intrínsecas y sobresalientes de la naturaleza humana. La ciencia ha hecho
progresos extraordinarios en el campo de la inteligencia artificial, el
desarrollo de la simulación de inteligencia en las máquinas, pero es improbable
que lleguemos alguna vez a construir consciencia artificial.
Inteligencia es
la habilidad de aprender, entender o manejar situaciones inesperadas; hay muy
poca ambigüedad en el significado de tan
importante característica humana. Cuando la sigla SETI (búsqueda de
inteligencia extra terrestre, en inglés)
fue acuñada en los años sesenta y se iniciaron las actividades asociadas a tan
retador propósito, se sabía muy bien cuál era la cualidad cuya presencia se
estaba tratando de encontrar en otros sitios del cosmos. Dejando de lado su
utilidad o exactitud, las diversas aproximaciones existentes para estimar la
inteligencia de una persona son otra señal clara del sentido inequívoco del
vocablo.
No sucede lo mismo con el término ‘consciencia’. La
consciencia tiene más que ver con la sensibilidad individual -la capacidad de
sentir, ver, oír, oler o gustar que posea cada ser humano- que con la
comprensión generalizada -la lógica y la matemática de las cosas-. Por la
dimensión de su misterio, las definiciones de consciencia obligan a acudir a lo
definido. “Consciencia es la condición de estar consciente”, dice el
diccionario inglés Merriam-Webster. “Consciencia es el conocimiento de sí mismo”,
anota el Diccionario de la Real Academia. No es posible medir el grado de
consciencia de otra persona y, como lo expresa el psicólogo inglés Nicholas
Humphrey, los científicos no sabrían por dónde comenzar si tuvieran la
intención de iniciar un proyecto SETC para buscar ‘consciencia extraterrestre’.
Los desarrollos recientes de la inteligencia artificial
en el campo de los videojuegos están contribuyendo a la demarcación de la
frontera entre inteligencia y consciencia. Podemos construir máquinas inteligentes
pero no, o al menos no todavía, objetos conscientes.
Existen ya algoritmos computarizados que ‘aprenden’
videojuegos por sí solos, como el que fue desarrollado por DeepMind, una
compañía de Londres, ahora propiedad de Google. Este software, que incorpora
‘rutinas’ o características del funcionamiento del cerebro humano, aprendió a
jugar numerosos juegos clásicos de Atari y, después de unas cuantas horas, en
la mitad de ellos alcanzó niveles de juego superiores a los de los jugadores
profesionales.
Los progresos espectaculares, como los logrados con
estos programas auto-aprendedores, preocupan a más de una mente brillante.
"El desarrollo completo de la inteligencia artificial podría significar el
fin de la raza humana", advierte el físico Stephen Hawking. ‘Tal vez estos
algoritmos que aprenden, súper rápidos y súper sólidos, son sombras oscuras en
el horizonte de la humanidad; tal vez ellos sean nuestra última invención’,
dice el neurocientífico Christof Koch. Por el contrario, este columnista piensa
que la delimitación entre inteligencia y consciencia, a pesar de estar ambas en
el mismo cerebro y tener millones de conexiones neuronales comunes, nos dan la
tranquilidad de que los grandes computadores jamás se apoderarán de la Tierra
por su propia iniciativa. La consciencia es el mayor de los misterios en la existencia humana; sabemos que la consciencia ocurre en el cerebro pero, más allá de sentirla y darnos cuenta de que es real, es poco lo que conocemos a ciencia cierta de su funcionamiento. El saber que va más allá de la ‘pura’ inteligencia produce tranquilidad, sin embargo.
La célebre frase de Descartes -Pienso luego existo-
parece ahora estar incompleta. Las
máquinas que la ciencia ha desarrollado pueden aprender, entender y
manejar juegos desconocidos para ellas; no hay duda, tales máquinas son ‘inteligentes’,
pueden pensar y pueden aprender, pero ellas no saben que existen ni que hoy son
y mañana van a desaparecer. Quizás si el filósofo y matemático francés hubiera
nacido cuatro siglos después, además de haber sido un genio de la computación,
seguramente habría escrito: “Pienso y siento, luego existo”.
Gustavo EstradaAutor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/Armonia-interior
Londres, junio 20 de 2013
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