“Cualquier cosa híbrida se espera de un humano hipócrita que dice creer en algún dios simplemente porque carece de seguridad en sí mismo”, anotó un incrédulo. Fieles a Jesús (“El que no está conmigo, está contra mí”, Lucas 11:23), varios religiosos calificaron de ateo a este servidor. “Tanta estupidez que usted escribe pasará a la historia… mientras que Dios seguirá vivo”, apuntó un lector fervoroso.
Se me ocurre ahora, como tema complementario del anterior, el interrogante recíproco: ¿Necesita Dios de nosotros? Para responderlo hay que acudir a los textos sagrados, todos ellos de inspiración divina: La Tora, los Evangelios y el Corán describen con claridad meridiana a un Ser Superior que demanda pleitesía y exclusividad de sus fieles y, en consecuencia, parece necesitar de nosotros.
“Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses delante de mí.
Recuerda el día de Sabbat para santificarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos
todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para
honrar al Señor tu Dios” dice Jehová en
Éxodo 20. “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente”, ordena Jesús en Mateo 22:37. “Alá no perdona que se Le
atribuyan copartícipes; quien atribuya copartícipes a Alá se habrá desviado
profundamente”, establece el Sura
An-Nisa 4:116.
Para el judaísmo, la Tora contiene la revelación divina al pueblo de
Israel; para el catolicismo, “la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en
cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo” (Pablo
VI); para el islam, el Corán es la palabra de Alá revelada a Mahoma a través
del arcángel San Gabriel. A diferencia de los libros sagrados de las religiones monoteístas, las enseñanzas de Buda no son de origen celestial. Los discursos y las conversaciones del Sabio se conservaron por transmisión oral a través de millares de monjes durante cuatro siglos, con un grado razonable de confiabilidad, hasta cuando fueron escritas por primera vez en los monasterios de lo que hoy es Sri Lanka.
No hay divinidades en las enseñanzas. Las referencias a deidades que aparecen en las narraciones originales son alegorías ‘prestadas’ del Hinduismo. En su propósito de eliminar la ansiedad y el estrés, único objetivo de su doctrina, el Buda fue agnóstico milenios antes de que el término fuera acuñado. El pensamiento del Buda ha sido la ‘inspiración’ de mi agnosticismo.
Los agnósticos no sabemos si la omnipresencia o la eternidad de un Ser Todopoderoso son ciertas o mitológicas; Dios bien podría existir o no existir, dependiendo de cómo definamos la palabra. A pesar de tal dualidad, mi respuesta a la pregunta de esta nota es negativa. El Dios que definen los textos sagrados de las religiones monoteístas, un dios que castiga y premia, y que demanda culto y pleitesía, carece de sentido en cualquier mente imparcial, religiosa o no; una entidad inexistente no puede necesitar de nosotros.
Una aproximación alterna -Dios como el Principio Supremo del cual dependen todas las leyes- es de aceptación creciente en el mundo contemporáneo. La inconclusa Teoría de todas las cosas, cuya matemática dudo que logren completar los genios científicos, es el preámbulo de esta ‘mundana’ interpretación.
La súper-Teoría de todas las cosas -el Principio eterno y omnipresente
que, según Einstein, “no juega a los dados”- ha de contener todas las
ecuaciones (posiblemente inalcanzables para el cerebro humano) que explicarían
los cien mil millones de galaxias, la Vía Láctea, el Sistema Solar, la Tierra,
la vida, la evolución de las especies y la consciencia. Por supuesto que este
‘Dios’, macro y micro regulador de todo y desde siempre, no demanda devotos ni adhesión
ni pleitesía… Y este Principio de toda
ley tampoco necesita de nosotros. Aún así, es imposible no maravillarnos ante
‘Él’.