Diana Nyad no solo es la extraordinaria
atleta que a los 64 años nadó los 177 kilómetros que separan La Habana de Key
West, Florida, en 53 horas –casi un metro por segundo- sino también la escritora
de tres libros, periodista de radio, conferencista motivacional, atea sensible
y respetuosa y, en algún momento de su juventud cronológica, la número trece entre
las mejores jugadoras de squash en Estados Unidos.
En una entrevista con Oprah
Winfrey poco después de su hazaña en el Caribe, la nadadora dio una explicación
de Dios que bien podrían examinar muchos creyentes, y la célebre presentadora y
productora de la televisión norteamericana hizo un comentario que enfureció a más
de un ateo.
Dijo la deportista: “Puedo
pararme en una playa con el más devoto religioso, sea cristiano, judío,
budista…, llorar con la hermosura de este universo, y sentirme conmovida por la
humanidad toda. Para mí, Dios es la humanidad y el amor a la humanidad.” El comentario
de la devota Oprah al respecto fue lo que fastidió a los incrédulos: “Si usted
aprecia el asombro, la maravilla y el misterio, yo no la considero atea”.
Tal vez con su frase la
presentadora quiso enfatizar su propia religiosidad pero también pudo ser la
oportunidad que ella vio en las palabras de la entrevistada para incomodar a
los ateos quienes, comúnmente intelectuales, aumentarían con sus críticas el ‘rating’
de sus programas. Unos cuantos inconformes mordieron el anzuelo y reaccionaron
con enfado.
A manera de ejemplo, Chris
Stedman, humanista de Harvard, escribió en un blog de CNN: "La respuesta
de Oprah Winfrey puede haber sido bien intencionada pero con ella borró la
identidad atea de Diana Nyad, sugiriendo la incapacidad de asombro de los no religiosos
-algo totalmente falso- que, para muchos ateos como yo, resulta ofensivo”. La
mayoría de los ateos, sin embargo, no le paró bolas a la animadora; tales aseveraciones
poco afectan a quienes, creyentes o incrédulos, son tolerantes con las opiniones
ajenas.
Volviendo a Diana Nyad,
impresionan la sensibilidad y la tolerancia que demostró en la entrevista. “De
la creencia en una divinidad”, dijo, “se infiere la realidad de una presencia,
de un creador o de un supervisor de nuestros actos; (a pesar de mi
discrepancia) yo no critico a nadie porque nunca conoceremos la definición de
la vida”. La atleta negó la incompatibilidad entre ser atea y ser espiritual: “Alguien
puede ser ateo, y como tal objetar la presunción de un ser primordial, creador
y vigilante de todo esto,” enfatizó. “No obstante, siempre hay espiritualidad,
porque nosotros los humanos, nosotros los animales, -tal vez hasta podemos
incluir a las plantas-, todos vivimos con algo que es apreciado y podemos percibir
la riqueza que ello conlleva”.
Dos enunciados adicionales apoyan
los razonamientos de la deportista. “Espiritualidad es nuestra conexión finita
con lo infinito, nuestra experiencia temporal de lo eterno y nuestra
aproximación relativa a lo absoluto” escribe con profundidad el filósofo
contemporáneo francés André Comte-Sponville. “Espiritualidad es nuestra
relación emocional con las preguntas que no tienen respuesta”, dice Jason
Lanier, el científico norteamericano de la computación y uno de los pioneros de
la realidad virtual.
La espiritualidad, según las tres
definiciones, nada tiene que ver con la adhesión a grupos o causas. Los sufijos
‘ista’ e ‘ismo’, utilizados para múltiples propósitos (futbolista, consumismo),
pueden volverse belicosos cuando reflejan afiliaciones. Al declararnos ‘istas’
(islamistas, racistas, socialistas…) o asociarnos con un ‘ismo’ (ateísmo, cristianismo,
nacionalismo…) estamos separando, diferenciando, predefiniendo. Cuando dejamos
las doctrinas y las creencias a un lado, estamos igualando, integrando,
abriéndonos a la experiencia.
Espiritualidad, para consolidar y
resumir, es nuestro asombro ante los incomprensibles misterios de la vida, la
consciencia, la belleza y la inteligencia, y nuestra admiración misma por existir
como una porción infinitesimal, evolucionada dentro de un cosmos extraordinario,
cuyas leyes jamás comprenderemos por completo. No necesitamos, definitivamente
no, creencia metafísica alguna para asombrarnos, maravillarnos o ser
espirituales.
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’