Muchas
personas que, por diversos traumas, se han aproximado a la muerte, dicen que
han estado en o cerca del cielo (nunca en el infierno), y lo describen como un lugar
placentero y bello; algunas recuerdan claramente haber atravesado por “un túnel
de paz al final del cual se hallaba un ser de luz.” Ahora el neurólogo Eben
Alexander, ex profesor de la Universidad de Harvard, sostiene que él también estuvo
allí durante un coma profundo por el que pasó hace cuatro años. Numerosos
creyentes juzgan tal historia como una prueba contundente de la existencia de dominios
celestiales. Nosotros no. Expliquémonos con otro encuentro cercano aunque de
diferente tipo.
Hace
poco me vi con Fernando (he cambiado su nombre), recién recuperado de una ‘muerte’
cerebral que, según sus médicos, lo tuvo ‘ido’ durante ocho minutos. “Mi hijo
fue secuestrado y posteriormente asesinado. No quise que se escribiera sobre mi
tragedia porque ello hubiera matado a mi esposa”, me dijo.
Dos
allegados comunes, cuando les comenté la tragedia de Fernando, me aclararon que
su hijo ‘fallecido’ reside en el extranjero y que él creó su drama después de
su complicado episodio. Los relatos del recuperado paciente, narrados por
separado, coincidieron en todos los detalles. Fernando no se ‘inventó’ su cuento;
su cerebro lo ‘generó’ con un realismo inobjetable. Algo parecido debió
sucederle al doctor Alexander.
“La
razón por la cual las alucinaciones son tan vívidas es porque utilizan las
mismas conexiones nerviosas que el cerebro pone en acción cuando las
experiencias son reales”, dice el neurólogo Oliver Sacks, profesor de la
Universidad de Columbia. Ni Fernando ni
Eben están diciendo ‘mentiras’; sus ‘sueños’ fueron para ellos hechos
auténticos.
La
credibilidad del cielo del neurólogo proviene, por supuesto, de su currículo;
él mismo examinó los registros de su actividad neuronal y comprobó que su
corteza cerebral estuvo paralizada. Para el doctor Alexander, la consciencia
existe separada del cerebro y fue su ‘consciencia’, una entidad espiritual, la
que visitó el cielo cuando él ya estaba fuera de este mundo.
La
fantasía del distinguido paciente, sin embargo, ocurrió después de que su cerebro
recuperó funcionalidad; sus recuerdos quedaron nítidamente grabados en circuitos
neuronales que no conservaron la hora. Es obvio que el científico no pudo
cotejar sus memorias, minuto a minuto, con el tiempo marcado por los instrumentos
clínicos. (Si quisiéramos saber cuando ocurren nuestros sueños, necesitaríamos
despertarnos e inmediatamente mirar el reloj).
No
pretendemos convencer a los creyentes de la inexistencia de los paraísos ‘post
mortem’; la opinión fervorosa de los devotos es muy difícil de modificar con razonamientos.
“La fe no necesita de pruebas científicas”, dice la maestra espiritual
norteamericana Marianne Williamson.
Tampoco
queremos negar el cielo o la consciencia inmaterial. Nosotros nos atrevemos a lanzar
hipótesis que a los espiritualistas deberían gustarles: El cielo podría estar
localizado dentro de la misteriosa materia oscura y la consciencia podría ser una
manifestación de la también extraña energía oscura. Los académicos conocen la
realidad de estos fenómenos (la materia y energía oscuras constituyen el
noventa y cinco por ciento de universo) pero carecen de teoría alguna para
poder explicarlos.
Lo
que sí tenemos claro, por otra parte, es que las alucinaciones no sirven para
demostrar ninguna suposición. Las extrañas experiencias del doctor Alexander -y
las de todos los que han recorrido el túnel placentero- no deberían jamás utilizarse
como argumentos en favor de fenómenos sobrenaturales. Los sueños, sueños son.
Gustavo
Estrada
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