Tanto para meditar como para rezar, los practicantes buscan un lugar tranquilo y adoptan una actitud pasiva. Mientras que la meditación demanda posturas cómodas, la posición del cuerpo durante la oración no es siempre confortable, pudiendo llegar a ser molesta o desagradable.
Meditación y oración
utilizan por igual ayudas especiales –mantras, rosarios, cánticos, figuras,
etc.- para sostener la atención o fomentar la introspección; los detalles de estas
ayudas conllevan diferencias considerables. Hablemos un poco de ambos hábitos.
Mi encuentro con la
meditación fue en mis primeras lecciones de hatha
yoga hace ya casi cuatro décadas; la sesión de meditación se efectuaba en
los últimos quince minutos de cada clase, una vez se habían completado los
ejercicios rutinarios. Después, por muchos años y por mi cuenta, hice meditación yoga siguiendo diversas guías.
En una sesión típica, yo repetía mentalmente un mantra sánscrito, recibido del
gurú hindú de mi escuela; para el conteo de mis repeticiones utilizaba una
mala, una sarta de ciento ocho cuentas, que debía recorrer veinte veces.
En cuanto a la oración,
recé con mi madre desde que tengo memoria. El rosario en familia, con sus tres
mantras -avemarías, padrenuestros y gloriapatris- era un ritual diario de mi
casa paterna. La mala que utilizaba
mi progenitora era una camándula que había sido bendecida por Pio XII.
(Curiosamente el rosario católico tiene cincuenta y cuatro cuentas, exactamente
la mitad de la mala hindú).
El Día de la Santa Cruz
rezábamos Los mil jesuses. El mantra Jesús se coreaba mil veces y al lado del
Crucifijo se colocaba un símbolo de lo que se estuviera pidiendo en el rezo,
fuera un puñado de arroz para asegurar la alimentación o el anuncio de un
concesionario de vehículos, si lo que se imploraba era un auto. Mi madre
aseguraba que la Santa Cruz era un ritual muy efectivo pues siempre disfrutamos
de suficiente comida y de un carro donde cabían, no sé cómo, dos adultos y
hasta ocho muchachos.
Tanto la meditación como
la oración tienen versiones más sencillas. En la meditación de la atención
total el practicante se dedica solo a observar su respiración o sus
sensaciones, sin mantras, rosarios, cánticos o figuras. En la oración mental de
Santa Teresa tampoco hay mantras, rosarios o cánticos pero aquí sí es fundamental
la figura de Jesús.
En ninguna de las dos
simplificaciones el practicante persigue beneficio alguno y en ambas el
silencio mental es importante; este silencio despeja espacio para armonía interior en la meditación
de atención plena, y abre el corazón a Jesucristo en la oración mental. En sus
trances extáticos, por supuesto, la santa de Ávila podía ver a Jesús pues Él era,
en el estado alterado de consciencia que ella alcanzaba, la proyección del
contenido de su mente; los místicos de otras religiones pasan por fenómenos
equivalentes cuando rezan a sus correspondientes profetas o deidades.
Cuando dejamos de lado
nuestras creencias, la meditación y la oración silenciosa y desinteresada se aproximan
todavía más. Sören Kierkegård, el teólogo cristiano del siglo XIX, escribe que
“la oración es el sometimiento silencioso de nuestra totalidad ante Dios porque
no es claro para mí ninguna otra forma de rezar”.
Concuerdo con el
filósofo danés pero encuentro su definición un tanto retórica y verbosa. Prefiero la simplificación magistral que de
la misma frase hace Gonzalo Gallo, el escritor colombiano: “Rezar es callar
para que Dios nos hable”. La oración,
descrita con estas ocho palabras, es casi sinónima de la meditación de la
atención total.
Gustavo
Estrada
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
gustrada1@gmail.com
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
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