Las opiniones sesgadas son creencias excluyentes e
ideologías intolerantes, más emocionales que lógicas, a las que nos apegamos como
si fueran bienes materiales. Quienquiera que se atreva a ‘quitárnoslas’,
intentando convencernos de algo diferente o cuestionando nuestro pensamiento, tendrá
que vérselas con nosotros.
Las opiniones sesgadas se codifican en el cerebro y se
convierten en parte de nuestro ego; ellas deterioran la calidad de nuestros análisis
mucho más que las imprecisiones en la información o las debilidades en el raciocinio.
“El hallazgo de la verdad está más obstaculizado por los prejuicios y las
opiniones preconcebidas (que obnubilan el entendimiento) que por las
apariencias engañosas (que dan credibilidad al error) o las limitaciones en la
capacidad de razonar (que llevan a conclusiones falsas)”, dice el filósofo
alemán Arthur Schopenhauer.
La información deficiente es la carencia de los datos
requeridos para cualquier análisis, bien sea porque están incompletos o los que
tenemos están errados. Si sumamos cifras incorrectas, el total estará equivocado.
La insuficiencia o debilidad de raciocinio (sea por cerebros escasos o
deficientes, o por limitaciones de tiempo) es la aplicación inadecuada de la
lógica. Si la matemática es incoherente, los resultados serán erróneos; si evaluamos
información perfecta con procedimientos equivocados, las deducciones carecerán de
valor.
El efecto dañino de las opiniones sesgadas es aún mayor que
el de los datos erróneos o la lógica deficiente. Una revisión metódica de los datos
y los procedimientos utilizados en un estudio, sea por las mismas personas que lo
efectuaron o por terceros, detectará con facilidad cualquier anomalía.
No ocurre lo mismo con las posturas sesgadas; estas nos impiden
no solo el reconocimiento de nuestras falacias sino la aceptación de sugerencias
correctivas. Cuando hay prejuicios, ‘correcto’ es exclusivamente aquello que
coincide con nuestro punto de vista.
Reconociendo el peligro de las ideologías, el ex
presidente Bill Clinton dice que “cuando analizamos una situación de forma imparcial,
primero evaluamos los hechos y después sacamos nuestras conclusiones”. “Por el
contrario”, agrega, “cuando miramos un problema a través de una ideología, esta
determina de antemano las conclusiones y luego salimos a conseguir los hechos
que las respaldan”.
Las opiniones sesgadas —creencias religiosas, ideologías políticas,
exclusiones raciales o conceptos prejuiciados de cualquier clase— interponen
entre los hechos y nuestro criterio una nube distorsionadora de la realidad. Una
vez adoptadas, rara vez modificamos nuestras opiniones sesgadas. La resistencia
al cambio es particularmente evidente en el ámbito de las creencias religiosas
o políticas. Dos personas con opiniones diferentes siempre tendrán imágenes distintas
de una misma realidad; todos vemos el mundo a través de los ‘ojos’ de nuestras
propias opiniones.
No ocurre así en el campo de las ciencias donde
predominan los hechos y los puntos de vista evolucionan con los avances
científicos. Los investigadores plantean siempre nuevas teorías, desarrollan
innovadores modelos de la realidad, y jamás se van a la guerra por sus
diferencias conceptuales.
¿Por qué nos es tan difícil cambiar de opinión? ¿Por qué
no detectamos la falsedad y el engaño en nuestros sesgos? Las opiniones
adquiridas, ya lo dijimos, se incrustan en el código neuronal de nuestro ego y allí
entran a formar parte de las reglas que definen lo bueno y lo malo de nuestras
decisiones: Correcto es lo que está dentro tales reglas; incorrecto, el caso
contrario. Es como sí en un encuentro deportivo tuviéramos al árbitro jugando en
nuestro equipo; nuestros errores son tolerados y hasta las jugadas lícitas del
otro equipo se vuelven faltas.
Para el ego, nuestras opiniones sesgadas son verdades
indiscutibles. El ego actúa como juez y parte: "¿Por qué debo cambiar
opiniones cuando mi árbitro, mi manera de ver el mundo, me las está autorizando?"
Alrededor de nuestras creencias preconcebidas, a duras penas tomaremos en
cuenta enfoques alternativos y jamás aceptaremos con sinceridad la posibilidad de que estamos equivocados.
Gustavo
Estrada
Autor
de Hacia el Buda desde el occidente
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