En el 2010, tras cinco breves años de investigación, un grupo de científicos norteamericanos, bajo la dirección del doctor Craig Venter, logró desarrollar la primera célula viviente controlada totalmente por ADN sintético. No obstante la elementalidad de tal célula, el evento es asombroso. Ahora en el 2012, el futurólogo e inventor Ray Kurtweil pronostica que los humanos estaremos produciendo rutinariamente robots conscientes para la década del 2030. No creo que esto suceda.
El inventor
norteamericano fundamenta su predicción en el crecimiento exponencialmente
acelerado tanto de la capacidad de los computadores como de los desarrollos
fantásticos de la biotecnología. “Creo firmemente que nosotros eventualmente
llegaremos a considerar a los robots avanzados como verdaderas entidades
conscientes”, sostiene Kurzweil. Según el ambicioso futurólogo, tales
súper-máquinas no solo tendrán acceso a toda la información digitalizada
disponible en la Tierra sino que llevarán programados en sus bases de datos un ‘yo’,
un ‘mío’ y un ‘mí’; sus voces digitalizadas se confundirán con las de los seres
humanos.
Consciencia es
el estado mental que nos permite percatarnos de lo que sucede tanto dentro de
nosotros -sensaciones, emociones, deseos y pensamientos- como de lo que pasa
‘allá afuera’. Los robots kurzweilianos generarán, por supuesto, ‘pensamientos’
lógicos y ‘deseos’ calculados -necesito diez tarjetas XYZ999-, y quizás podrán
gritar ¡ay! cuando se les esté dañando un circuito integrado. Estoy seguro, sin
embargo, de que nunca les dolerá la unidad central de proceso ni jamás se
enamorarán de una ‘robota’ vecina.La vida y la consciencia humanas están íntimamente conectadas. Sin entender el ‘cómo’, me gusta el ‘qué’ de la teoría de Richard Dawkins sobre el origen de la vida. Según el biólogo inglés, la vida comenzó con la formación casual de una extraña molécula capaz de captar materiales a su alrededor, manipularlos de alguna forma, y generar con ellos copias de sí misma. De esa molécula descendemos nosotros.
También me gusta el ‘qué’ de la hipótesis de algunos darwinistas acerca del desarrollo de la consciencia, aunque tampoco asimile su ‘cómo’. La consciencia humana es la recompensa de la evolución a una individualidad progresiva. Las trazas accidentales de consciencia inicial permitieron a los primitivos homínidos el registro de señales de alarma y conveniencia, como ventajas de supervivencia, que se transmitieron y mejoraron en los cerebros crecientes de sus descendientes. El recuerdo de un lugar peligroso ayudaba en la evasión de riesgos; la memoria de una fruta saludable mejoraba la calidad de su alimentación. Del primer humano que en Etiopía balbuceó ¡Eureka! con sus cavernícolas gruñidos hace doscientos mil años, de ese Adán, también venimos nosotros.
Existe la
posibilidad teórica de que en un futuro lejano los humanos construyamos seres
artificiales conscientes. Sin embargo, los años requeridos para realizar tal logro,
aunque no tantos como necesitó la evolución, son bastante más de los que
tomaremos los terrícolas, al paso que vamos, para acabar con nuestro Planeta.
Mientras
tanto, en los años que me quedan y que no llegarán al 2030, me seguiré
maravillando con el show de magia que son la vida y la consciencia. Magia
blanca, por supuesto, en la que somos parte del acto. Nunca comprenderemos los
encantamientos ni los hechizos que están detrás del espectáculo. Pero me
deleito hasta el éxtasis con la entretenida función, sin preocuparme ni por saber
quién es el prodigioso mago ni cómo funcionan sus trucos extraordinarios.
Gustavo Estrada
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
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