domingo, 25 de octubre de 2015

Sonidos y silencios

Hay momentos cuando queremos concentrarnos en algo -leer un texto, escuchar una presentación, efectuar una tarea cuidadosa- y, sin darnos cuenta, nuestra mente se nos vuela en otra dirección. Nos enviamos entonces mensajes de apoyo ¡estoy atento!, ¡no puedo divagar!, ¡ánimo! pero pronto vuelven, juegan y ganan las distracciones. Nuestro cerebro carece de módulos que ordenen la concentración mental, como sí los tiene y utiliza para iniciar cosas más sencillas como hacer una llamada telefónica o salir a almorzar.
Concentrarnos es inhibir señales perturbadoras; distraernos es rendirnos a ellas. La concentración no resulta de la excitación de circuitos nerviosos para que nos mantengan atentos en la tarea de turno sino de la inhibición de las señales distractoras disparadas al azar por nuestros condicionamientos mentales -las preferencias y antipatías que nos han sembrado los medios y la cultura-. Los mecanismos neuronales que comandan acciones se conocen como circuitos excitadores; aquellos que suspenden tareas se denominan circuitos inhibidores. Estos son tan importantes como aquellos y el balance entre ambos es fundamental en nuestro desempeño.  
¿Existen ejercicios para mejorar la concentración? Sí y ayudan: Practicar hatha yoga, mantenerse quieto por largo rato, detectar diferencias entre dos dibujos... Por el diseño mismo de su práctica, sin embargo, la meditación de atención total es la mejor forma para desarrollar nuestra concentración.
Una vez inmóvil, callado, con boca y ojos cerrados, el meditador deja sin oficio, por el tiempo que dure la práctica, a una amplia variedad de circuitos cerebrales: los ‘motrices´, ‘los parlanchines´, los ‘glotones´ y los ‘mirones´; ‘dejar sin oficio’ es inhibirlos. Por ejemplo, con solo cerrar los ojos silenciamos la quinta parte de nuestras neuronas, pues la visión es una de las funciones más demandantes de cerebro.
El lector puede formarse una idea somera del funcionamiento de los mecanismos inhibitorios sosteniendo su atención por unos segundos en el contacto de alguna parte de su piel con la ropa, o de su cuerpo con la silla donde está sentado. Con la práctica y el tiempo, el interesado detectará señales mucho más sutiles que las de puro contacto.
En los movimientos de la atención hacia distintas partes del cuerpo y en la percepción de sensaciones comúnmente ignoradas, el meditador ejercita sus circuitos inhibidores, llevándolos a que se enciendan y se apaguen durante la práctica. Esta técnica de activar y desactivar circuitos neuronales es equivalente a la de tensionar y soltar tendones y fibras musculares durante un ejercicio físico.
Los mecanismos inhibitorios son los encargados de mantener la consciencia libre de la información irrelevante que la desvía de la culminación exitosa de la tarea del momento. El ejercicio continuado de estos mecanismos conlleva un incremento sustancial de nuestra facultad de concentración.
¿Conducen a mejoras similares otras formas de meditación? Sí, aunque en menor escala. Con el ejercicio continuado de la atención total, el meditador alcanza, sin buscarlo, un estado de placentero silencio. No ocurre así con otros enfoques que apaciguan la mente con artificios caprichosos. Por ejemplo, hay prácticas que incluyen la repetición, verbal o mental, de mantras o palabras ‘sagradas´ que perturban inevitablemente el silencio mental puro. En la meditación de atención total no hay cánticos, esencias, dibujos o sonidos… Hasta la palabra ‘silencio’, cuando la pronunciamos, produce ruido.   
“En toda interpretación”, le escuché decir a un guitarrista magistral, “los sonidos son tan importantes como los silencios”. Ocurre igual con nuestra actividad cerebral. Agregaba este virtuoso que durante los ensayos su atención siempre la enfoca tanto en las notas como en las pausas -los sonidos y los silencios-. Nuestra acelerada rutina diaria nos impide escuchar las algarabías de nuestra mente y menos aún prestarle atención a sus poco frecuentes sosiegos.
La atención total, mindfulness, es la observación permanente de los sonidos y los silencios en nuestra cabeza. La meditación de atención total, a su vez, es el ejercicio de los circuitos inhibitorios para que, una vez fortalecidos, detengan los ruidos innecesarios. La concentración se vuelve entonces una actividad natural y espontánea que no requiere de fuerza de voluntad.   
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
http://www.harmonypresent.com/Armonia-interior

domingo, 11 de octubre de 2015

¿Podría un robot meditar?

La meditación de la atención total es un ejercicio de concentración durante el cual el practicante vigila desinteresada, imparcial y cuidadosamente algunas funciones orgánicas como la respiración, las sensaciones o los estados mentales.  Un robot ‘moderno´ es una máquina computarizada que puede hacer autónomamente el trabajo de una persona.      
La palabra ‘robot’, acuñada por Isaac Asimov en 1941, fue del dominio exclusivo de la fantasía hasta hace pocas décadas. Sin embargo, con los adelantos científicos, las máquinas inteligentes invadieron todos los campos de la actividad humana y están ahora ejecutando tareas jamás antes soñadas. ¿Podrían los robots avanzados meditar?       
Tres décadas atrás el término ‘robot’’ me traía inmediatamente a la cabeza a R2-D2, el simpático autómata de ‘La guerra de las galaxias’; ahora la misma palabra pronto la asocio con el automóvil sin conductor de Google. Cuando veo los videos que hay en la red sobre este equipo, debo pellizcarme para asimilar que, a diferencia de R2-D2, el carro Google no es ciencia ficción y que será de uso común en menos de una década. Por ello utilizo sus características para discutir el tema de esta nota.      
Según Sridhar Lakshmanan, un experto en coches autónomos, un vehículo realmente autónomo necesita tres componentes: (1) un sistema de posicionamiento global (GPS en inglés), (2) un sistema de reconocimiento de los alrededores del carro, y (3) un súper-software que, integrando las funciones anteriores, coordina la ejecución de las labores equivalentes que haría un chofer.      
Con su teléfono, para comenzar, el pasajero le informa al carro su destino. El componente 1, el GPS, ubica la localización actual y, con una tecnología de imágenes satelitales existente desde hace rato, planea la ruta solicitada. Una vez ubicados inicio y punto final,  el componente 2, un conjunto de radares, cámaras y láseres, entra en acción para monitorear los 360 grados alrededor del coche durante todo el recorrido.      
 El sistema de reconocimiento ejerce una ‘atención total’ de proporciones mayores a las que podría lograr un ser humano. El componente 2 no se descuida un segundo y, por los cuatro lados del vehículo, identifica sin cesar todo lo que se mueve (carros, ciclistas, personas, obreros en la vía…) y todo lo que está quieto (coches parqueados, semáforos, señales, postes…). El súper-software es el componente 3 que propiamente reemplaza al chofer incluyendo, al final de la ruta, su recomendación verbal para que el pasajero no olvide sus pertenencias.      
¿Podría el carro de Google meditar? Aquí es necesario aclarar la palabra ‘meditación’ pues este ejercicio tiene muchas variaciones.  Es obvio que semejante máquina tan sofisticada bien podría hacernos creer que está meditando con una de las tantas aproximaciones existentes, sea repitiendo mantras ‘potentes’, contando los granos de un rosario (mala), ocupándose en descifrar paradojas impenetrables (koans), o coreando cánticos sagrados en sánscrito.      
No obstante, como un aparato electrónico no funciona con señales nerviosas y carece de funciones orgánicas (respiración, sensaciones, estados mentales…) para focalizarse en ellas, lo máximo que los carros Google podrían hacer a fin de convencernos de que están practicando meditación de atención total sería quedarse quietos, con sus radares, láseres y cámaras fuera de servicio. Un observador desprevenido no se imaginaría que el aparato está meditando sino que está apagado.      
La pregunta de la nota y su respuesta son ambas ingenuas: Un  robot jamás logrará hacernos creer que está practicando meditación, de cualquier tipo, y menos de atención total. Hay que resaltar, sin embargo, que los robots, a no ser que estén dañados, nunca se distraen y, en consecuencia, cualquier ejercicio para mejorar su capacidad de concentración carece de sentido y les sobra.      
En el momento mismo que un automóvil Google se descuide, ocurrirá un accidente; el equipo en acción siempre tiene que permanecer atento y ‘consciente’: O está concentrado trabajando o está apagado descansando. Somos los humanos -no los robots- quienes, por la volatilidad de nuestra cabeza, sí necesitamos practicar meditación de atención total, esperando que la concentración en nuestras actividades mejore, como está comprobado que en realidad ocurre. Paralelizando de alguna forma con los carros Google, los humanos siempre deberíamos estar conscientes (esto es concentrados) o dormidos (esto es apagados). La meditación de atención total nos ayuda para hacer bien ambas cosas.      
Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
http://www.harmonypresent.com/Armonia-interior