Mi omisión resultó desorientadora. El doctor Luis H. Ripoll, psiquiatra y profesor del Centro Médico Monte Sinaí de Nueva York, manifestó su desacuerdo con esta simplificación en una revisión detallada de una de mis columnas recientes: "Creo que es imposible tanto librarse del llamado ego redundante como vivir exclusivamente desde el ser esencial”. Tan valiosa opinión hace inevitable la referencia a la noción de memoria ‘neutral’ de trabajo que en un principio quise evitar. No obstante tal consideración, el ego redundante es sobrante y dañino y, por supuesto, debe reducirse y, eventualmente, eliminarse.
En la memoria de trabajo se encuentran todos los datos e
instrucciones para la vida rutinaria que no son esenciales ni superfluos. Aclaremos
esto con la función del lenguaje. La
capacidad de comunicarnos es pieza fundamental del ser esencial; el hábito de
decir mentiras de algunas personas está en el ego redundante; los idiomas que hablamos se encuentran en la
memoria de trabajo. La lista de lo que hay en esta memoria incluye conocimientos
generales o específicos, habilidades laborales, información de todo lo conocido,
registros de nuestra historia… Y un sinnúmero de datos y procedimientos.
El ser esencial de alguien que crece con sus padres
sería similar al que se expresaría para esta misma persona si, cuando recién
nacido, hubiera sido dado en adopción. La memoria de trabajo y el ego
redundante, en cambio, contendrían condicionamientos completamente diferentes,
según el curso que haya tomado la vida de esa persona.
El Buda denomina formaciones mentales a los
condicionamientos, las rutinas y los datos que aprendemos tanto a propósito
como involuntariamente. Las formaciones mentales pueden ser perjudiciales o
beneficiosas; las formaciones mentales perjudiciales -los deseos desordenados,
las aversiones y las opiniones sesgadas-
son los condicionamientos que debemos eliminar y los que conforman nuestro ego
redundante. Las formaciones mentales beneficiosas, como las preferencias saludables
alimenticias y las costumbres sanas, que debemos conservar, se localizan en la
memoria de trabajo.
El ego es la instancia por la cual una persona reconoce
su identidad y sus relaciones con el medio. En frases ‘subido de ego’, la
palabra conlleva connotación de tamaño, hecho este que respalda la ‘dimensión’
variable y reducible del ego redundante.
Otros pensadores, sin conexión alguna con el budismo,
han formulado ideas que insinúan la existencia en cada persona de un ser
esencial y un ego redundante, sin hacer referencia alguna a tales expresiones. La cita más conocida del filósofo
franco-suizo Jean Jacques Rousseau dice que “El hombre es naturalmente bueno y la sociedad lo corrompe”. Y en otro
discurso el mismo autor escribe: “El hombre nace libre, y en todas partes se
encuentra encadenado... Era bueno por naturaleza, pero se daña por la
influencia perniciosa de la sociedad y las instituciones humanas”. La bondad natural del ser humano es asimilable
a su ser esencial; la corrupción que le agrega la sociedad es equivalente al
ego redundante.
El pensamiento de Rousseau es bastante pesimista. Al
comienzo de su célebre ‘Emilio, o De la educación’, anota el filósofo que “todo
degenera en las manos del hombre”. El Buda, en contraposición, es más optimista
y en la tercera verdad del budismo declara: “Con la extinción de los
deseos desordenados, las aversiones y
las opiniones sesgadas -esto es, el ego redundante-
cesa el sufrimiento”, mal este que en el mundo moderno se conoce como ansiedad
y estrés, y que todos quisiéramos sacar de nuestras vidas.
Gustavo
Estrada Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/armonia-interior
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