En asocio con otros dispositivos, los teléfonos
inteligentes se están metiendo en todo. Por ejemplo, ya están funcionando o se
encuentran en desarrollo aplicaciones que, a través de ellos, recogen
información de salud física o mental para propósitos tanto de investigación como
de detección de problemas. ¡Quién hubiera soñado esto! Miremos dos casos.
La Facultad de Medicina de la Universidad de Standford
completó hace poco una aplicación tanto para vigilancia de la salud cardíaca
como para recolección de información que ayude a mejorar la comprensión del
funcionamiento del corazón. El software, que opera en una plataforma Apple,
utiliza los sensores de movimiento de los teléfonos. El programa no solo
registra la actividad física de los dueños y los factores asociados de riesgo
sino que genera ¡ojo! recomendaciones personalizadas. El día del anuncio el
estudio inicial registró diez mil interesados.
En el lado de la salud mental, la Escuela de Ingeniería
de la Universidad de Connecticut está diseñando otra aplicación que espera
recoger datos sobre variables asociadas con la actividad física y las
interacciones sociales mediante los sensores y los micrófonos de los teléfonos.
Por ejemplo, el GPS incorporado provee pautas para calcular la frecuencia con
la cual el usuario está saliendo de su casa mientras que los micrófonos
permiten estimar, de acuerdo con el tono de la voz, su estado de ánimo. Estas y
otras piezas de información proveerán bases para ‘medir’ y comparar niveles de
depresión.
Anteriormente la transferencia de nuevas tecnologías a
los países menos avanzados podía tomar décadas; ahora la universalización de
los nuevos desarrollos ocurre mucho más rápido. Estos avances, con tantos beneficios
potenciales, se extenderán pronto por todo el planeta. Las cosas que se podrán
hacer entre las aplicaciones especializadas y los celulares modernos solo estarán
limitadas por la imaginación.
No todo es color de rosa, sin embargo. Abundan en
Internet las caricaturas que ridiculizan la dependencia creciente y el
comportamiento obsesivo que los teléfonos inteligentes están engendrando en sus
usuarios. Hay preocupación real entre los académicos de las ciencias sociales
sobre las posibles consecuencias dañinas de esta tendencia. ¿Disminuirá el
contacto personal? ¿Desplazarán los textos a la comunicación verbal? ¿Se
tornará la gente más introvertida? Las
respuestas no son claras ni predecibles.
No obstante, por sus logros positivos, nadie discute la
inteligencia de los celulares modernos, así tales artefactos sean ignorantes de
lo que están haciendo. Admiradores le sobran a esta ‘magia’ maravillosa,
algunos con razonable cautela. Una frase que escuché hace poco resume la mezcla
de admiración y temor alrededor del tema: “Los teléfonos actuales son tan extremadamente
inteligentes que están manejando a sus dueños”. Y, además, como que pronto estarán
recetándoles.
Gustavo EstradaAutor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
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