Recientemente, por segunda vez en mi vida, tuve el
inmenso placer estético de deambular por la Plaza Navona de Roma, un magnífico centro
de esculturas, pilas y construcciones. Su gran atracción es la Fuente de los
Cuatro Ríos, una obra espectacular del artista italiano Gian Lorenzo Bernini
(1598-1680), el creador del arte barroco en la escultura. Las cuatro estatuas
del magistral trabajo representan los cuatro ríos más importantes del mundo
(Nilo, Ganges, Danubio y de la Plata) en la época de la construcción de la obra
(1659).
El visitante no se cansa de caminar alrededor de la
fuente y no hay palabras para comunicar el asombro que inspira este ‘paisaje’ de
concepción humana. En la primera visita, mi ignorancia desconocía quién había
sido Bernini y, para todo propósito, las aclaraciones, incluida la referencia a
los cuatro ríos, se vuelven innecesarias.
La visibilidad de la fuente en una célebre plaza la hace
de dominio público y el cálculo de un valor comercial carece de cualquier sentido.
¿Qué sucede con las obras que sí necesitan autenticación para estimar su
precio? Aquí el análisis y la intuición entran en competencia.
En el comienzo de su excelente libro “Blink:
Inteligencia intuitiva”, Malcolm Gladwell muestra con un caso de la vida real la
importancia de la intuición en el reconocimiento del arte. En 1983, narra el
autor canadiense, alguien le ofreció al Museo Getty de Los Ángeles una estatua
griega de mármol del siglo VI a.C., de la variedad conocida como kuros. Tras
catorce meses de pruebas y reconocimientos, los técnicos y los rastreadores de
registros del museo endosaron la legitimidad y autorizaron la adquisición.
Hacia finales de 1986 la estatua fue expuesta con gran despliegue.
El kuros era falso. Otros conocedores de arte, al
observarlo por primera vez, sintieron en sus segundos iniciales ante la efigie
lo que uno de ellos denominó ‘repulsión intuitiva’. Estos expertos desprevenidos
no pudieron explicar en términos racionales qué era ese ‘algo’ que encontraban
anormal en la obra. “Parece ‘fresca’”, dijo uno. “Siento como si hubiera un
vidrio entre la estatua y yo”, expresó otro. “Algo no luce correcto”, manifestó
un tercero. Esos instantes iniciales, donde solo la intuición juega, es lo que Malcolm
Gladwell denomina ‘blink’ (chispazo) intuitivo. Las revisiones siguientes con otros
peritos griegos les dieron la razón.
Por mi parte, desde la orilla opuesta del rechazo, es
‘admiración intuitiva’ lo que experimenté ante la Fuente de los Cuatro Ríos.
Algo similar deben sentir los millares de personas que visitan la Plaza Navona,
así desconozcan el siglo de Bernini o la localización geográfica de los cuatro
ríos.
En marzo pasado, veintidós años después de la
frustración ‘kúrica’, el mismo Museo Getty recibió de Londres una nueva llamada,
esta vez para ofrecerle un busto del Papa Paulo V, esculpido en 1621, por el
mismo Gian Lorenzo Bernini, y cuya rastro se había perdido en colecciones
privadas. Timothy Potts, el gran jefe del Getty, no la misma persona de la
historia anterior, cuando recibió la llamada, voló de inmediato a Inglaterra
para adquirir semejante tesoro. “Bernini fue el maestro de las ‘semejanzas
hablantes’. Él encontró una manera de soplar vida en el mármol”, dijo.
Como supongo que ocurre con el 99.9% de los negocios de
arte que completa el Getty (la estatua griega de 1983 se encuentra en el remanente
0.1 %), el busto de Paulo V sí era auténtico. Por conocimiento y por intuición
el señor Potts sabía lo que estaba adquiriendo. El pasado 18 de junio el busto
fue colocado en exhibición, con despliegue similar al del kuros treinta y dos
atrás.