Ahora todo el mundo habla de lo ‘buena’ que dizque es la
meditación de atención total (‘mindfulness meditation’ en inglés) para resolver
numerosas dificultades personales, desde la glotonería y las migrañas hasta la
baja autoestima y el mal genio. A pesar de la abundante divulgación que le dedican
los medios, pocos son los que la practican. ¿Por qué?
Para responder la pregunta debo retroceder a las clases
de lógica en mi lejano bachillerato. Allí
me quedó clarísimo que hay dos tipos de conocimiento: el empírico –que aprendemos
por experiencia directa– y el racional –que concluimos mediante reflexiones sobre
lo que ya sabemos–. El primero, directo e individual, llega a través de los
sentidos (ejemplos: la picada de una avispa es dolorosa, tal fruta es deliciosa);
el segundo, indirecto y por lo general de dominio público, proviene de razonamientos
(ejemplos: la distancia recorrida por un
objeto se calcula multiplicando su velocidad por el tiempo transcurrido, no
existe ningún número que sea mayor que todos los demás).
La comprensión de la meditación de atención total es ‘encuentro
del primer tipo’. Su enseñanza, como la de cualquier otra meditación (zen, raja
yoga, trascendental…), se consigue solo ‘meditando’, de la misma forma que la
destreza para conducir un auto se alcanza solo manejando. No hay alternativas. Tampoco
los beneficios de la meditación pueden asimilarse mediante enfoque alguno
distinto de la práctica; no es posible comprender
que la meditación elimina ‘mi’ estrés, apacigua ‘mis’ odios o aplaca ‘mis’
comportamientos obsesivos a través de libros, conferencias o conversaciones con
terceros. Las verdades empíricas son
ciertas únicamente cuando se constatan en
su vivencia práctica; mucha gente prefiere, sin embargo, regocijarse con la teoría
y las especulaciones.
La meditación de atención total es una gimnasia mental
para adiestrar la capacidad de permanecer atentos. Para su práctica, los meditadores, sentados en una posición
cómoda y en un ambiente tranquilo, adoptan con los ojos cerrados una actitud
pasiva y centran su atención en la respiración.
Con menos palabras, meditar es acallar la mente. Y esta
definición, así abreviada, sí que refleja la importancia de la experiencia
directa e íntima pues el silencio mental no puede comunicarse; la palabra ‘silencio’
genera ruido. El silencio aparece cuando se acallan bullas, se apagan altoparlantes,
se controlan alborotos… El silencio ocurre, no se produce. La meditación de
atención total es más la ambientación –la permisión, la facilitación– de pasividades
e indiferencias que la ejecución de actividades o instrucciones. Cada meditador
ha de permitir los sosiegos que
favorecen la aparición de… shhhh.
Las ventajas de la práctica continuada de la meditación
de atención total solo las reconocemos –las hacemos nuestras– cuando las hemos
experimentado. Es así como desarrollamos nuestra facultad de mantenernos atentos
durante las actividades rutinarias, el beneficio más importante, por mucho, de
la meditación. ¿Y qué es estar atento? La atención total es la permanente
consciencia de lo que sucede en nuestra vida a medida que se desenvuelve.
Hay varias formas de aproximarnos a cualquier nuevo hábito
saludable. Una puede ser el estudio por cuenta propia de sus beneficios y de sus
requerimientos; otra, quizás, el cuidado interesado a cuanto los ya
experimentados comenten de sus logros para de allí copiar lo que podamos; y, una
más –la que menos se usa–, la puesta en
marcha del hábito buscado, de forma inmediata y con determinación. La primera alternativa
es la teoría (lo que dicen los ‘expertos’); la segunda, la experiencia ajena
(lo que dicen los amigos); la última, la experiencia directa (la que nadie puede
transmitirnos). Los dos primeros enfoques son flechas que señalan una ruta; el
tercero es el viaje mismo. La meditación
no es un punto de llegada y la senda hay que recorrerla sin perseguir meta
alguna.
Cuando experimentamos y disfrutamos los beneficios de
cualquier actividad, las especulaciones se convierten en realidades. Así que si usted, lector, aún no medita y desea
‘comprender’ la meditación de atención total pues… A sentarse de una: ojos
cerrados, actitud pasiva, posición confortable, sitio tranquilo, observación
desinteresada e imparcial de la respiración, durante al menos cuarenta minutos
diarios. Y, si es capaz de acomodarse en el suelo con las piernas cruzadas, salga
ya a comprarse un cojín. Su experiencia será su verdad… Exclusivamente suya. Mientras
no lo haga así, la meditación seguirá pareciéndole un conocimiento racional, una
noción misteriosa y ajena que nunca comprenderá… Por más libros que lea.
Gustavo Estrada
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