martes, 23 de abril de 2013

¿Es real el cielo?

El limbo, el lugar adonde iban los bebés al morir cuando no habían sido bautizados, fue eliminado por la curia romana en el 2007. El purgatorio, la cárcel temporal donde se pagan los pecados veniales, todavía aparece en el catecismo del 2005 de la iglesia católica. El mismo documento establece que el infierno es un espacio real (aunque no menciona su temperatura) y que el cielo es otro territorio, también real, “nunca visto por ojo alguno ni concebido por ningún corazón humano… Es el sitio que Dios ha preparado para aquellos que le aman”.

Muchas personas que, por diversos traumas, se han aproximado a la muerte, dicen que han estado en o cerca del cielo (nunca en el infierno), y lo describen como un lugar placentero y bello; algunas recuerdan claramente haber atravesado por “un túnel de paz al final del cual se hallaba un ser de luz.” Ahora el neurólogo Eben Alexander, ex profesor de la Universidad de Harvard, sostiene que él también estuvo allí durante un coma profundo por el que pasó hace cuatro años. Numerosos creyentes juzgan tal historia como una prueba contundente de la existencia de dominios celestiales. Nosotros no. Expliquémonos con otro encuentro cercano aunque de diferente tipo.

Hace poco me vi con Fernando (he cambiado su nombre), recién recuperado de una ‘muerte’ cerebral que, según sus médicos, lo tuvo ‘ido’ durante ocho minutos. “Mi hijo fue secuestrado y posteriormente asesinado. No quise que se escribiera sobre mi tragedia porque ello hubiera matado a mi esposa”, me dijo.

Dos allegados comunes, cuando les comenté la tragedia de Fernando, me aclararon que su hijo ‘fallecido’ reside en el extranjero y que él creó su drama después de su complicado episodio. Los relatos del recuperado paciente, narrados por separado, coincidieron en todos los detalles. Fernando no se ‘inventó’ su cuento; su cerebro lo ‘generó’ con un realismo inobjetable. Algo parecido debió sucederle al doctor Alexander.

“La razón por la cual las alucinaciones son tan vívidas es porque utilizan las mismas conexiones nerviosas que el cerebro pone en acción cuando las experiencias son reales”, dice el neurólogo Oliver Sacks, profesor de la Universidad de Columbia.  Ni Fernando ni Eben están diciendo ‘mentiras’; sus ‘sueños’ fueron para ellos hechos auténticos.

La credibilidad del cielo del neurólogo proviene, por supuesto, de su currículo; él mismo examinó los registros de su actividad neuronal y comprobó que su corteza cerebral estuvo paralizada. Para el doctor Alexander, la consciencia existe separada del cerebro y fue su ‘consciencia’, una entidad espiritual, la que visitó el cielo cuando él ya estaba fuera de este mundo.

La fantasía del distinguido paciente, sin embargo, ocurrió después de que su cerebro recuperó funcionalidad; sus recuerdos quedaron nítidamente grabados en circuitos neuronales que no conservaron la hora. Es obvio que el científico no pudo cotejar sus memorias, minuto a minuto, con el tiempo marcado por los instrumentos clínicos. (Si quisiéramos saber cuando ocurren nuestros sueños, necesitaríamos despertarnos e inmediatamente mirar el reloj).

No pretendemos convencer a los creyentes de la inexistencia de los paraísos ‘post mortem’; la opinión fervorosa de los devotos es muy difícil de modificar con razonamientos. “La fe no necesita de pruebas científicas”, dice la maestra espiritual norteamericana Marianne Williamson.

Tampoco queremos negar el cielo o la consciencia inmaterial. Nosotros nos atrevemos a lanzar hipótesis que a los espiritualistas deberían gustarles: El cielo podría estar localizado dentro de la misteriosa materia oscura y la consciencia podría ser una manifestación de la también extraña energía oscura. Los académicos conocen la realidad de estos fenómenos (la materia y energía oscuras constituyen el noventa y cinco por ciento de universo) pero carecen de teoría alguna para poder explicarlos.

Lo que sí tenemos claro, por otra parte, es que las alucinaciones no sirven para demostrar ninguna suposición. Las extrañas experiencias del doctor Alexander -y las de todos los que han recorrido el túnel placentero- no deberían jamás utilizarse como argumentos en favor de fenómenos sobrenaturales. Los sueños, sueños son.


Gustavo Estrada