Ya no hay casi ningún campo de la actividad humana donde la “milagrosa” y materialista tecnología digital no haya metido sus dedos. Usted puede estar desnudo y conectado al mundo para obtener cualquier información en fracciones de minuto. Pero no solo es Google o Wikipedia: Los sistemas computarizados controlan todo lo que hacemos (y cuando fallan nos generan un caos inmanejable). El mundo moderno nos ha traído “milagros” científicos que alguien hace delante de nuestros ojos aunque nosotros no los entendamos. El tercer milenio, en consecuencia, debería estar alejándonos de lo sobrenatural y lo oculto y la metafísica debería estar deshaciéndose de su prefijo “meta” para no interferir en el trabajo de la física. ¿Verdad? Pues no es así. La adhesión devota a religiones organizadas y la aceptación incuestionable de toda una variedad de fenómenos parapsicológicos irracionales permanece firme y constante cuando no en alza. Y todo indica que ambos fenómenos acompañarán a la humanidad por mucho tiempo.
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La contradicción es tan manifiesta —ciencias y creencias no deberían estar simultáneamente en auge— que el mundo académico ha resuelto meterle muela al asunto. Las conclusiones iniciales tienen pensativos a muchos ateos y confundidos a más de un creyente: La fe parece estar codificada en nuestros genes y estamos diseñados para “creer en lo que no vemos porque Dios nos lo ha revelado”. ¿Será que estoy desobedeciendo a mis genes? —se preguntan los ateos—. ¿Será que no soy yo sino mis genes los que creen en Dios? —se cuestionan los creyentes.
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Todo parece indicar que la evolución nos metió en la cabeza tres conceptos imaginarios, muy ligados entre sí, que fueron fundamentales para la subsistencia de nuestros remotos antepasados. El primero es la consciencia del “yo”; el segundo, la consecuente dualidad cuerpo – alma; y el tercero, la extrapolación de la característica espiritual a otros fenómenos del universo.
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Comencemos con la consciencia del “yo”. El sentido de identidad es la permanente y firme convicción de individualidad —de un “yo”— que todos poseemos y que, con sus asociados de “me, mío, mí, mismo”, nos traza límites y nos diferencia claramente de nuestros semejantes. El neurocientífico portugués Antonio Damasio considera que la evolución hacia una consciencia de identidad que quiere perdurar y multiplicarse es la recompensa de la evolución a la noción progresiva de individualidad. Dice Damasio: “Desde una perspectiva evolutiva, el imperativo por un sentido de identidad se vuelve claro. Imagínense un organismo consciente comparado con uno que no lo sea. El primero tiene un incentivo (que el segundo no posee) para prestar atención a las señales de alarma (de un posible dolor, por ejemplo) que le provee la película histórica de su cerebro y así planear la evasión de la causa —de la amenaza— que la alarma ha encendido”. Esta cualidad favoreció, sin duda alguna, la supervivencia de algún Homo erectus hace unos cuantos cien miles de años.
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El paso del “yo” al alma es “de bola a bola”, como dicen los billaristas. La consciencia de mi identidad de nuestros remotos (y recientes) antepasados fue tan sólida que ellos la consideraron como una entidad inmaterial independiente. “Es tan autónoma que durante los sueños sale a pasear sola”, me imagino que pensarían. El alma así originada es la consciencia eternizada del “yo” o, mejor aún, la consciencia del “yo” eternizándose a sí misma. Dicho de otra manera, el alma es la extrapolación mental de la supervivencia, el invento de cómo vamos a seguir viviendo después de la muerte física. La creencia en el alma nos permite eludir ilusoriamente la desaparición y esconder la realidad inobjetable de nuestra transitoriedad.
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Y, por último, el antropomorfismo, la atribución de cualidades humanas a los fenómenos no humanos. El alma debió ser el primer ente inmaterial que se inventó el hombre. Después de ello, la adición de otros cuantos fantasmas más se vuelve un asunto normal y corriente. La asignación de espiritualidad, con las propiedades que queramos, a todos los demás eventos y cosas de la naturaleza fue una inferencia inmediata del alma personal. De allí surgieron todas las creencias en esquemas sobrenaturales, ya fueran dogmas religiosos estructurados, fenómenos parapsicológicos, eventos pseudocientíficos o rituales fetichistas. El antropólogo Stewart E. Guthrie de la Universidad Fordham en Nueva York dice que la religión es una expresión consistente con el antropomorfismo. De él surgen espontáneamente espíritus benignos y espectros malignos, ángeles buenos y demonios malos, hadas protectoras y duendes dañinos, piedras que conversan y árboles que asustan.
¿Cómo se puede explicar que, si la ciencia sabe con claridad el origen y la ilusión de los espíritus, el hombre moderno sigue aferrado a las creencias y a los poderes sobrenaturales? La respuesta se encuentra en la genética y en la neurología. Porque así le convino a la supervivencia humana, la secuencia triple de sentido de identidad, alma propia y espíritus ambulatorios ajenos está codificada en nuestro ADN o, menos probablemente, programada en nuestro cerebro.
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El sentido de identidad, que espiritualistas y materialistas sentimos y distinguimos por igual, corresponde a una mutación genética ocurrida no se sabe cuándo en la evolución ni dónde en la macromolécula de ADN. Por supuesto que la mutación se encuentra en alguna parte del tres por ciento de la cadena que nos diferencia de los chimpancés pero localizarla en esa “pequeña” fracción no es fácil pues en ese tres por ciento hay la nada despreciable cifra de cien millones de bases o pares nucleótidos. Hoy sabemos que un cambio de una sola letra en ese código puede conllevar transformaciones impredecibles.
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La creencia en espíritus, propios y ajenos, por otra parte, es probablemente una expresión genética (no una mutación) en un gen tampoco identificado cuya activación o expresión cambia de sentido, de encendido a apagado o viceversa, y quizás con posiciones intermedios. Los hallazgos de fósiles muy antiguos, en relativa abundancia, y de pinturas en rocas, más recientes y en menor escala, insinúan creencias, tanto del Homo sapiens primitivo como de nuestro pariente el Homo neanderthalensis , en la vida después de la muerte, muchos milenios antes del desarrollo de la agricultura o la escritura. Es razonable pensar entonces que la predisposición hacia la espiritualidad es genética (innata y codificada en el ADN) en vez de memética (cultural y programada neuronalmente). De acuerdo con experimentos del psicólogo Paul Bloom de la Universidad Yale, para enfatizar el predomino de natura sobre cultura, el dualismo cuerpo – alma se manifiesta en niños de edades tan tempranas como dos años quienes creen que los espíritus tienen identidad propia y pueden cambiar de cuerpo.
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Así las cosas, habiendo de por medio influencias genéticas que no se reversan fácilmente, el ritmo de la secularización —de “desespiritualización”— de la humanidad va a ser mucho más lento que el pronosticado por los científicos racionales y los pensadores ateos. Los dogmas religiosos y las creencias parapsicológicas, considerados originalmente como evoluciones simplemente culturales, parecen ser predisposiciones genéticas firmemente manifestadas. Las religiones organizadas permanecerán pues por centurias y el ocultismo, en todas sus manifestaciones, no se le ha de quedar atrás. “La mente humana evolucionó para creer en dioses, no para creer en la biología”, dice el naturalista norteamericano Edward Wilson.
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El lento cambio hacia el pragmatismo y el laicismo está ocurriendo casi exclusivamente entre las sociedades más educadas, siendo Europa occidental la región —y casi la excepción— en donde la transición está más avanzada. Allí el interruptor genético de la expresión espiritual parece estar cambiando de posición. Por más que Benedicto XVI y el Dalai Lama lo favorezcan, no hay diálogo posible entre religión y ciencia pues hablan idiomas diferentes. (No quiere esto decir que las investigaciones de la relación neuronas & genes – religión deban suspenderse). El cambio ha de ser espontáneo —el interruptor ha de moverse por si solo en cada grupo humano— y cualesquiera esfuerzos dirigidos para acelerar el proceso en las regiones donde la alta influencia religiosa es particularmente dañina, sean decretos dictatoriales, campañas propagandísticas o argumentos racionales, van a resultar muy poco fructíferos.
Enlaces relacionados:
Sentido de identidad: http://pragmatic-buddha.com/Identidad.aspx
Stewart Guthrie: http://www.as.ua.edu/rel/faces.html
Paul Bloom: http://www.newsweek.com/id/165678/page/3
Edward Wilson: http://pragmatic-buddha.com/consilience.aspx
Otros escritos del autor: http://innerpeace.sharepoint.com/Pages/aboutus.aspx
jueves, 5 de marzo de 2009
La fe parece estar codificada
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2 comentarios:
El pensamiento magico es segun la psicologia cognitiva parte de la evoulcion tanto cultural como individual (ciertas culturas aun creen en el, pero tambien todos cuando somos niños pasamos por esa etapa) En ese sentido, jamas dejara de existir ya que es un proceso natural en la conciencia humana. Cuando esta forma de ver el mundo deja de funcionar (por que descubrimos las leyes naturales) pasamos al pensamiento racional. Pero esta no es la ultima fase, ya que claramente nos dimos cuenta que la logica y la razon tampoco pueden explicar el mundo. Cuando esta nueva forma de ver el mundo a su vez deja de funcionar empezamos otro tipo de busqueda. La busqueda contemplativa de nuestra propia conciencia mas alla de simbolos o conceptos (que son las herramientas de la razon) y llegamos a un nivel mas profundo que no niega la ciencia, si no que mas bien la transciende y la incluye. Ahi el mundo se experimenta desde el nivel de la unidad, donde hay la realizacion de que el YO es un concepto mas, una creacion de la mente en el infinito espacio de la conciencia (que es nuestro yo real). En ese momento el YO se convierte en un instrumento y deja de ser nuestra identidad, asi nuestra identidad se expande hasta abarcar el universo entero sin la sensacion de la separacion.
Te recomiendo "Los 3 ojos del conocimiento" de Ken Wilber
Concuerdo con la secuencia "Pensamiento magico, pensamiento logico y... ". Esta es la tercera forma de pensar de Spinoza y el extasis del Buda. Estos aparecen, bien dicho Santiago, de la busqueda contemplativa al final de la cual no hay YO sino solo la UNIDAD que describen los misticos NO CONDICIONADOS (los verdaderos misticos).
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