En una nota reciente
sobre la extrema polarización existente en Colombia entre los partidarios de
Álvaro Uribe y sus contradictores, este columnista buscó cuidadosamente ser
imparcial. Según los resultados de una encuesta alrededor del escrito y los
correos electrónicos que recibió, menos de la mitad de los lectores
consideraron que su intención había sido exitosa. Un significativo 44% de
quienes respondieron la encuesta y casi todos los mensajes -algunos objetivos, muchos
otros bastante apasionados- juzgaron que la nota estaba sesgada a favor del ex
presidente. “Su escrito es un intento de imparcialidad estrepitosamente
fallido”, anotó un lector, y otro más, como consecuencia del ‘uribismo’ de la
columna, solicitó la remoción de su correo electrónico del directorio del autor.
Imparcialidad es la
falta de designio anticipado o de prevención en favor o en contra de alguien o
algo, que permite juzgar o proceder con rectitud; esto es lo que dice el
diccionario de la academia. En la práctica, sin embargo, ser imparcial es mucho
más difícil de lo que aparenta la definición pues, sin darnos cuenta, tendemos
a calificar de imparciales a las opiniones que coinciden con las nuestras y de
sesgadas a aquellas que no. ¿Por qué nos es tan difícil ser neutrales? Sencillo
y complicadísimo: Por la forma cómo el cerebro codifica nuestro consciencia del
‘yo’.
Cuando expresamos una
opinión -mi opinión-, casi siempre decimos ‘yo’ creo, ‘yo’ concluyo, ‘yo’ sé, o
alguna declaración parecida; ‘yo’ es el pensador, el erudito, el sabihondo… Las
opiniones son pensamientos y ‘mis’ pensamientos son fruto inevitable de todos
los conocimientos, condicionamientos, creencias y experiencias que se han acumulado
en nuestro cerebro desde cuando éramos niños, la gran mayoría de ellos sin que
‘yo’ autorizara, interviniera o me diera cuenta. Poco o nada memorizamos de
nuestros tempranos años de infancia porque el rompecabezas del ‘pensador’
apenas se estaba armando y, en consecuencia, el ‘yo’ recordador todavía no existía.
Los registros acumulados
en la corteza cerebral edifican las premisas sobre las cuales se fundamentarán nuestras
conclusiones, las cuales, a su vez, serán nuevas premisas que reforzarán las
preferencias y prejuicios en el ‘yo’ juzgador. Los pensamientos construyen al
pensador, y no al contrario. Tales premisas se convierten en una ‘verdad’ que es
parte integral del mi ‘yo’; todo lo que discrepe de mi ‘verdad’ –de mi
religión, de mi patriotismo, de mi doctrina, de la postura política de mi
candidato…- es falso.
Sin necesidad de
referirse a registros cerebrales, el filósofo J. Krishnamurti había expresado
ideas similares desde décadas atrás: “Puesto que el hábito de pensar de acuerdo
con ciertos patrones está grabado en nuestra mente, cualquier intento mental de
rebelarnos contra tales patrones está regido por los mismos, al igual que un prisionero
que (sujeto a la voluntad del carcelero) se rebela para solicitar mejor alimentación…
pero siempre desde adentro de la prisión”. Y en otro discurso agrega el sabio
hindú: “La verdad debemos buscarla en el entendimiento del contenido de nuestra
propia mente…” No podemos pues ser
imparciales -no podemos ser libres- dentro de la prisión de nuestros
condicionamientos mentales.
Después de alguna charla
de J. Krishnamurti, una admiradora se aproximó al sabio hindú para expresar adhesión
a sus enseñanzas. “Soy su seguidora incondicional”, dijo ella con intención aduladora.
La respuesta del filósofo desconcertó a la espontánea seguidora: “Usted no ha
entendido nada de lo que he explicado”.
La imparcialidad solo puede pues surgir
cuando llegamos a la raíz de nuestras opiniones, que se encuentra en nuestras creencias
y nuestras doctrinas; es de allí de dónde surgen nuestras convicciones
inflexibles. La comprensión intelectual de las enseñanzas de Krishnamurti es
relativamente sencilla; su asimilación íntima, sin embargo, requiere la
observación cuidadosa y permanente de los mecanismos y artimañas de nuestra
mente para llegar hasta los orígenes de nuestros sesgos y prejuicios. Solo entonces
podremos calificarnos de imparciales. Antes de ello, seremos apenas seguidores
incondicionales. Así presumamos de objetivos.
Gustavo Estrada
www.harmonypresent.com