En su remoto comienzo los dioses fueron numerosos y tenían una amplia gama de poderes y denominaciones; cada clan adoraba a su propio conjunto de ídolos. Hace unos tres milenios, en una especie de reingeniería celestial, todo eso comenzó a cambiar. Con Moisés a la cabeza, y con la posible asesoría de su contemporáneo el faraón Amenofis IV (el inventor del monoteísmo), los israelitas redujeron las multiplicidades teológicas a una sola Divinidad. Jehová fue el nombre que el gran Profeta le asignó a esta todopoderosa Deidad.
Según el ex jesuita Jack Miles, este
omnipotente y omnisapiente Jehová nada tiene de inmutable. En su libro Dios: Una biografía, el escritor
norteamericano analiza a Jehová como protagonista central de la Biblia Hebrea
-el Tanaj, equivalente al Antiguo Testamento cristiano- y concluye que, en su
relación con el hombre, el Creador que debuta en el Génesis pronto se convierte
en cuasi-destructor, y después juega papeles tan diversos como guerrero
sediento de sangre, protector de los oprimidos, libertador, legislador, azote y
penitente.
Con la encarnación de Dios en su hijo
Jesucristo, la aparición del Espíritu Santo y el consiguiente misterio de su
Trinidad monoteísta, el cristianismo aporta también, desde la perspectiva del
Nuevo Testamento, su importante cuota de evolución divina. Y ni se digan los
cambios que seis siglos después traería el islam.
¿Qué nos depara la era moderna? Las
interpretaciones humanas de Dios nunca llegarán a un punto final. Me gustan,
por ejemplo, el Dios del filósofo Baruch Spinoza –la armonía de todo lo que
existe-; El del biólogo norteamericano Stuart Kauffman -la incesante creatividad
misma del universo, la biósfera y la vida humana-; y El del Físico Albert
Einstein - un espíritu infinitamente superior que se revela en lo poco que
podemos comprender de la realidad-.
Como la lista de opciones se haría
interminable, prefiero completar esta nota con dos referencias anecdóticas,
tomadas del séptimo arte, que representan, por la actualidad propia del medio
donde ocurren, dos tendencias características de la Divinidad contemporánea.
La primera reseña es de Avatar, la laureada
película de James Cameron. Antes de la batalla definitiva de los habitantes de
Pandora contra los invasores terrícolas, Jake, de rodillas, implora a la Madre
Naturaleza por la victoria. Su novia Neytiri lo reconviene con afecto: “La Gran
Madre no toma partido; ella solo protege el balance de la vida”.
El segundo diálogo es de la taquillera cinta
sueca Tierra de ángeles. En un
altercado entre un intransigente pastor luterano y su esposa, aquel reconviene
a esta por algo que “Dios no le va a perdonar”. “Dios no perdona”, responde la inconforme
mujer, poniendo aún más furioso al ofendido clérigo: “¿Cómo te atreves a decir
eso?”, le grita el pastor. “Dios no perdona”, insiste ella, ahora
cariñosamente, “porque Dios jamás ha condenado”.
Ambos diálogos son más dicientes que muchas
definiciones. Vemos allí dos directrices de la noción moderna de Divinidad: Un
Principio Supremo que no toma partido por ningún bando y un Creador que jamás
condena a sus criaturas. Hacia allá, juzgo
yo, está evolucionado la concepción de Dios en el tercer milenio.
Autor de Hacia el Buda desde el occidente