miércoles, 5 de septiembre de 2012

La evolución de Dios *

La noción humana de la Divinidad es cambiante, tanto de una religión a otra como dentro de una misma doctrina, y ha evolucionado desde cuando Dios creó al hombre (o desde cuando este último se inventó a los seres metafísicos). Incluso el ateísmo es una transformación de Dios pues primero hubo creyentes y después, en contra de ellos, surgieron los ateos. Las evoluciones han sido de tal magnitud que el entendimiento actual de la naturaleza de Dios poco tiene que ver con las ideas originales de los profetas elegidos.

En su remoto comienzo los dioses fueron numerosos y tenían una amplia gama de poderes y denominaciones; cada clan adoraba a su propio conjunto de ídolos. Hace unos tres milenios, en una especie de reingeniería celestial, todo eso comenzó a cambiar. Con Moisés a la cabeza, y con la posible asesoría de su contemporáneo el faraón Amenofis IV (el inventor del monoteísmo), los israelitas redujeron las multiplicidades teológicas a una sola Divinidad. Jehová fue el nombre que el gran Profeta le asignó a esta todopoderosa Deidad.

Según el ex jesuita Jack Miles, este omnipotente y omnisapiente Jehová nada tiene de inmutable. En su libro Dios: Una biografía, el escritor norteamericano analiza a Jehová como protagonista central de la Biblia Hebrea -el Tanaj, equivalente al Antiguo Testamento cristiano- y concluye que, en su relación con el hombre, el Creador que debuta en el Génesis pronto se convierte en cuasi-destructor, y después juega papeles tan diversos como guerrero sediento de sangre, protector de los oprimidos, libertador, legislador, azote y penitente.

Con la encarnación de Dios en su hijo Jesucristo, la aparición del Espíritu Santo y el consiguiente misterio de su Trinidad monoteísta, el cristianismo aporta también, desde la perspectiva del Nuevo Testamento, su importante cuota de evolución divina. Y ni se digan los cambios que seis siglos después traería el islam.

¿Qué nos depara la era moderna? Las interpretaciones humanas de Dios nunca llegarán a un punto final. Me gustan, por ejemplo, el Dios del filósofo Baruch Spinoza –la armonía de todo lo que existe-; El del biólogo norteamericano Stuart Kauffman -la incesante creatividad misma del universo, la biósfera y la vida humana-; y El del Físico Albert Einstein - un espíritu infinitamente superior que se revela en lo poco que podemos comprender de la realidad-.

Como la lista de opciones se haría interminable, prefiero completar esta nota con dos referencias anecdóticas, tomadas del séptimo arte, que representan, por la actualidad propia del medio donde ocurren, dos tendencias características de la Divinidad contemporánea.

La primera reseña es de Avatar, la laureada película de James Cameron. Antes de la batalla definitiva de los habitantes de Pandora contra los invasores terrícolas, Jake, de rodillas, implora a la Madre Naturaleza por la victoria. Su novia Neytiri lo reconviene con afecto: “La Gran Madre no toma partido; ella solo protege el balance de la vida”.

El segundo diálogo es de la taquillera cinta sueca Tierra de ángeles. En un altercado entre un intransigente pastor luterano y su esposa, aquel reconviene a esta por algo que “Dios no le va a perdonar”. “Dios no perdona”, responde la inconforme mujer, poniendo aún más furioso al ofendido clérigo: “¿Cómo te atreves a decir eso?”, le grita el pastor. “Dios no perdona”, insiste ella, ahora cariñosamente, “porque Dios jamás ha condenado”.

Ambos diálogos son más dicientes que muchas definiciones. Vemos allí dos directrices de la noción moderna de Divinidad: Un Principio Supremo que no toma partido por ningún bando y un Creador que jamás condena a sus criaturas. Hacia allá, juzgo yo, está evolucionado la concepción de Dios en el tercer milenio.

 
Gustavo Estrada