Las diferencias conceptuales en materias metafísicas son irreconciliables. No puede haber acuerdo sobre preferencias divinas, seres etéreos, vidas previas, reencarnaciones posteriores, paraísos celestiales, infiernos castigadores o apariciones milagrosas. Las opiniones o suposiciones en estos temas, atribuidas por cada credo a sus correspondientes profetas o elegidos, no son ni evidentes por sí mismas ni demostrables. Las verdades “reveladas” en asuntos sobrenaturales son, desde la perspectiva del Buda, opiniones incorrectas. Las opiniones incorrectas obnubilan el entendimiento; la iluminación del budismo —la iluminación oriental— es la cesación de la obnubilación, el despertar interior. (La palabra “buda” quiere decir “despierto mental”).
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Todos los dogmas religiosos parten de opiniones —de suposiciones, de proposiciones cuya verdad se admite sin pruebas— y sobre las cuales, mediante ulteriores razonamientos, se construye el cuerpo de doctrina. Si los postulados iniciales de dos sectas difieren, los sistemas resultantes serán completamente divergentes. No habrá forma de que creyentes y adherentes, por más que discutan y revisen sus argumentos, logren ponerse de acuerdo en cuanto a lo que es correcto; en los peores casos, lucharán y se matarán por sus causas. Stephen Colbert, el humorista norteamericano, dice con irónico ingenio: «No soy un fanático de los hechos. Los hechos no cuentan. Son las emociones las que interesan. Los hechos pueden cambiar, pero las opiniones nunca cambiarán, sin importar cuales sean los hechos».
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La iluminación occidental, el movimiento intelectual del siglo XVIII, tiene similitudes y diferencias con la iluminación oriental. Immanuel Kant, uno de sus exponentes más importantes, la definió como “la emergencia del hombre —el surgimiento, el escape, la salida— de su inmadurez autoimpuesta, de su incapacidad para usar su propio entendimiento sin la guía o dirección de otros”. (Para distinguir las dos perspectivas de la iluminación, la precisión del idioma alemán utiliza términos diferentes).
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Las opiniones incorrectas no necesariamente resultan de la falta de inteligencia o conocimientos, sino de la inmadurez autoimpuesta que describe Kant. Tal inmadurez explica por qué muchas personas, por lo demás instruidas y sagaces en sus disciplinas profesionales, aceptan creencias irracionales e innecesarias. Muchas mentes brillantes han sostenido opiniones incorrectas. El psiquiatra suizo Carl Jung creía en la astrología; el antropólogo y naturalista inglés Alfred Russell Wallace pasó los últimos años de su vida intentando comunicarse con los espíritus de los muertos; el físico y matemático inglés Isaac Newton pensaba que los planetas necesitaban de vez en cuando empujones de los ángeles para seguir su rotación, sin sucumbir a la atracción de la gravedad del sol; el astrónomo alemán Johannes Kepler se ganaba la vida haciendo horóscopos.
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Según Arthur Schopenhauer, nada bloquea tanto el acceso a la verdad como los prejuicios y las opiniones preconcebidas que resultan de las creencias que hemos adoptado voluntaria o involuntariamente de terceros —las suposiciones incorrectas, los enunciados no evidentes, no verificables, no demostrables—. La emancipación mental de estas creencias demanda un coraje superior y una capacidad intensa de observación desprevenida de la realidad.
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El Buda se adelanta a Kant en más de dos milenios cuando establece que debemos liberarnos de todas las especulaciones sobre los dominios metafísicos pues son opiniones o suposiciones inútiles e incorrectas que en nada contribuyen a la eliminación de la desarmonía y el sufrimiento emocional. Ambos pensadores llegan hasta sus correspondientes concepciones de la iluminación: El Buda lo hace a través de la meditación y el silencio de la mente; Kant, mediante el análisis y la razón. Y también ambos sabios coinciden en la necesidad de una decisión firme por parte del aspirante a la verdad. El Buda exhorta al esfuerzo: “¡Siga el camino noble! Ese le lleva al conocimiento intuitivo y al fin de la obnubilación”. Kant recomienda resolución: “¡Tenga coraje para utilizar su propio entendimiento sin depender de terceros! Ese es lema de la iluminación”.
Gustavo Estrada
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martes, 28 de octubre de 2008
lunes, 27 de octubre de 2008
La vida, la consciencia y el ego *
La vida y la consciencia son magia; magia blanca debo decir. Nunca comprenderemos los encantamientos ni los hechizos que están detrás de tales fenómenos. Pero debemos apreciar el espectáculo sin ninguna preocupación acerca de quién es el mago o de cómo funcionan los trucos. El EGO —el sentido de identidad— es la ilusión suprema; tal ilusión es tan real que nos obnubila y nos distorsiona lo que quiera que exista allá afuera. De acuerdo con los sabios, cuando el EGO se disuelve, los nubarrones se esfuman y percibimos el mundo de una manera diferente. Esta nueva manera de ver es el conocimiento intuitivo —el conocimiento directo, la tercera manera de conocer que describía Spinoza—. Hipotéticamente la nueva realidad así descubierta es la REALIDAD VERDADERA. Llamémosla Cielo, Dios. Consciencia Pura, lo Eterno… pero nosotros no podemos verla con los ojos de la razón corriente.
Gustavo Estrada
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Gustavo Estrada
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