La noción de renacimiento, el flujo permanente entre muertes y nacimientos de una corriente continua de consciencia, es fundamental en el budismo. Matthieu Revel, ex biólogo y monje budista activo, dice que “este continuo es como el fuego de un leño que pasa a otro leño, que a su vez enciende un tercero, y así sucesivamente; la llama del último leño no es la misma del comienzo, pero tampoco es una diferente”.
Soy practicante de las Enseñanzas del Buda, no religioso, no afiliado y no suficientemente disciplinado, y tengo serias dificultades en entender, no obstante lecturas, reflexiones y meditaciones, el concepto de renacimiento. Y, como me apoyo en el Buda para desechar hipótesis metafísicas, tampoco lo puedo creer como acto de fe. En las brillantes teorías del biólogo evolutivo Richard Dawkins he encontrado una metáfora que de cierta forma compagina ciencia con budismo y genética con renacimiento y que quiero resumir a continuación. Veamos.
Diez mil millones de años después del comienzo del universo, tras una fortuita combinación de colisiones, emulsiones y reacciones químicas, se forma en la Tierra una extraña molécula que es capaz de captar los materiales a su alrededor, manipularlos de alguna forma y generar con ellos copias de sí misma. “Replicadores” es el nombre que Dawkins le asigna a estas moléculas. El proceso autocopiador de los replicadores no es perfecto; durante él ocurren errores que producen cadenas moleculares diferentes, estas también con capacidad de reproducirse. Aparecen entonces nuevas y numerosas variedades de replicadores, que empiezan a competir por la materia prima inerte requerida para la manufactura de sus congéneres o a utilizarse unos a otros, los más fuertes a costa de los más débiles, como materia prima orgánica.
La proporción de los replicadores más efectivos aumenta; los replicadores menos eficientes desaparecen. En la complejidad creciente de las duplicaciones, surgen unos compuestos con paredes protectoras de proteínas que favorecen su estabilidad para originar así las primeras células. Cito ahora textualmente a Dawkins: “Los replicadores comenzaron no meramente a existir, sino a construir contenedores para ellos mismos, especies de vehículos para su propia existencia. En tiempos difíciles, los replicadores que sobrevivieron fueron aquellos que construyeron máquinas de supervivencia para vivir en ellas… Nosotros somos máquinas de supervivencia, pero ‘nosotros’ no somos solo los humanos; el pronombre abarca animales, plantas, bacterias y virus”.
Para llegar hasta la complejidad actual del ADN, la evolución de los replicadores tarda millones de años; la variación es primero molecular, después unicelular, luego multicelular y, por último, orgánica. En el proceso resultan formas muy diversas de copiado y reproducción y, tras otros tantos millones de años, la evolución llega hasta el hombre, la más compleja de las máquinas de supervivencia.
La unidad funcional y estructural de todos los seres vivos es la célula, el bloque de construcción de la vida, y el núcleo de la célula es el custodio de los secretos de la genética. Allí, en los genes del ADN (23.000 en el caso del ser humano), se encuentran las instrucciones precisas para el desarrollo y la funcionalidad vital del organismo al que pertenece la célula. El diseño codificado en cada gen es eterno. Dice Dawkins que “los genes saltan de cuerpo a cuerpo, a través de generaciones, dejando atrás una sucesión de organismos perecederos antes de que se hundan en senilidad y muerte. LOS GENES SON INMORTALES o, más bien, están definidos como entidades merecedoras de tal título”. Algunas de nuestras instrucciones genéticas bien pueden tener la antigüedad misma de la vida, unos 3500 millones de años.
Pregunto ahora: ¿No están pues los genes muy cerca de “la corriente de consciencia que renace”, con la que Matthieu Revel explica la propagación de la vida? ¿Y en el instante mismo de la concepción de nuestro ser, no están utilizando los genes a la recién construida máquina de supervivencia para “renacer” en ella y buscar la eternidad a través del nuevo cuerpo temporal?
martes, 10 de junio de 2008
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