viernes, 21 de junio de 2013

Las opiniones sesgadas causan sufrimiento

Los deseos desordenados y las aversiones son condicionamientos mentales, registrados en nuestro cerebro sin que siquiera nos demos cuenta, que se activan automáticamente en respuesta a ciertos estímulos; conocidos como formaciones mentales perjudiciales en la terminología budista, estos condicionamientos nos generan necesidades falsas o temores ficticios. Los deseos desordenados son formaciones mentales ‘demandantes’ que nos antojan de objetos innecesarios. Las aversiones son formaciones mentales ‘repelentes’ que nos hacer rechazar personas o cosas que nos rodean. Las formaciones mentales perjudiciales son grilletes que nos encadenan al sufrimiento.

Estas formaciones, sin embargo, no son nuestros únicos yugos. La adhesión a opiniones sin fundamento es otra forma de amarrarnos al sufrimiento. Las opiniones sesgadas son toda esa gama amplia de creencias y doctrinas que adoptamos ‘porque sí’ y que carecen de apoyo racional verificable. Nuestro apego a las opiniones infundadas las convierte en ‘nuestras’ posesiones mentales.

A diferencia de los bienes materiales, nadie puede robarnos las opiniones; no obstante, estamos siempre dispuestos a defenderlas cuando no a propagarlas: Mientras más ferviente la creencia, más férrea será nuestra acción. Las opiniones -religiosas, políticas, raciales, deportivas o sectarias de cualquier índole- obnubilan la razón, confunden el lenguaje y alteran el comportamiento.

Los apetitos básicos (de comida, agua o sexo) provienen de necesidades biológicas; los temores razonables a peligros reales (pistolas, depredadores o calamidades) son los mecanismos neuronales auto-codificados que protegen nuestra supervivencia. Las opiniones, en cambio, no satisfacen ningún requerimiento vital; no existen opiniones ‘naturales’ desarrolladas por el código genético o adquiridas como protección biológica.

Cuando un sesgo se posesiona en nosotros, sin embargo, consideramos interesante cualquier planteamiento que concuerde con nuestros prejuicios y experimentamos aversión contra cualquier opinión que contradiga la nuestra. En el primer caso, buscamos la compañía de quienes comparten nuestra ‘sabiduría’. En el segundo, el poseedor de opiniones enfrentadas es nuestro potencial enemigo.

Las personas prejuiciadas son incapaces de reconocer sus contradicciones o falacias pues su estructura mental les ofusca su visión. Ellas piensan que el color de su cristal es el único existente. No es posible explicar ‘verde’ a alguien que sólo ve ‘amarillo’ y su reacción siempre será: "No entiendo cómo usted no ve la amarillez en mi punto de vista”.

Las opiniones sesgadas son también formaciones mentales perjudiciales y dominantes con un impacto negativo en nuestros razonamientos. En cualquier análisis, las opiniones sesgadas son más destructivas que unos datos deficientes o una capacidad analítica limitada. Dice el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (los paréntesis son agregados): "Las opiniones preconcebidas bloquean el hallazgo de la verdad con mayor efectividad que las falsas apariencias promotoras del error (información dudosa) o que los recursos débiles de razonamiento (falta de sentido común)".

Cuando buscamos exactitud y confiabilidad, la influencia dañina de datos inciertos o lógica deficiente se desvanece en comparación con las distorsiones creadas por los puntos de vista sesgados. Una revisión cuidadosa de los procedimientos seguidos en una evaluación, sea por terceros o por la misma persona que efectuó el análisis, permite siempre detectar las anomalías en datos o lógica. No es así cuando llegamos a conclusiones a través de opiniones sesgadas, pues nos volvemos incapaces de reconocer nuestros propios errores o de aceptar el asesoramiento correctivo que nos puedan brindar terceros. Solamente consideraremos ‘correctas’ aquellas opiniones que coincidan con la nuestra.

La gente rara vez cambia de opinión; mientras más sesgado el prejuicio, más difícil su modificación. Esta resistencia es particularmente evidente en el campo de las creencias religiosas y las doctrinas políticas. No sucede así en las ciencias naturales. A medida que avanza el conocimiento, los puntos de vista científicos evolucionan y reemplazan los modelos obsoletos.
Las personas con opiniones opuestas siempre tendrán imágenes diferentes de una misma realidad; ellas ven el mundo exclusivamente a través de los ojos mentales de sus propias opiniones. Sin lugar a dudas, los puntos de vista sesgados son el peor obstáculo para la verdad en cualquier territorio. Y ese no es el peor problema. Lo realmente grave es que las opiniones sesgadas, además de llevar al sufrimiento individual, son la raíz del fanatismo del cual surge inevitablemente la violencia social.

Gustavo Estrada
Autor de "Inner Harmony through Mindfulness Meditation"
gustrada1@gmail.com

lunes, 10 de junio de 2013

El surgimiento de la armonía interior


Armonía interior es un estado de ánimo que nos permite vivir en calma y actuar con serenidad, aún en medio de situaciones difíciles. La armonía interior no es la ausencia de problemas complicados ni de las emociones negativas asociadas con ellos; tampoco es la demostración continua de entusiasmo o de buen humor. La armonía interior no son ni sonrisas permanentes ni expresiones constantes de autoconfianza u optimismo. Esta cualidad se manifiesta como una ecuanimidad y un equilibrio que, cuando las contrariedades aparecen, nos permiten desplegar nuestras habilidades hacia acciones correctivas apropiadas, si las hay, o someternos serenamente a la aceptación de la realidad, cuando los problemas carecen de solución.
La armonía interior es un estado positivo -el estado ideal, por cierto- en el cual quisiéramos vivir. Cuando una persona está disfrutando de armonía interior, ella está viviendo bien, ¿qué mejor recompensa para cualquier vivencia? No obstante su atractivo, la armonía interior es paradójica: No existe una ruta con señales inequívocas o una secuencia detallada de pasos que nos permitan alcanzar con certeza tan deseable condición.
La experiencia de la armonía interior es más el resultado espontáneo de una forma de vivir que un objetivo planificado o programable. La gente casi siempre busca metas como el dinero, los amigos, el prestigio o los grados académicos; estos propósitos, aunque pueden llevar al éxito, no necesariamente conducen a la armonía interior. Mientras que la armonía interior es muy diferente del éxito, las dos cualidades no son excluyentes entre sí.
Quienes disfrutan de armonía interior bien pueden obtener riquezas, amistades, fama o títulos, pero tales cosas les llegan de forma natural y no hay frustración alguna si esos efectos no se materializan. A los ojos de los demás, tales individuos son gente exitosa; para sí mismos, ellos están en paz con todo lo que sucede en sus vidas. La armonía interior, que es personal e íntima, no puede provenir de afuera; eso la haría armonía exterior.
A diferencia del éxito, no debemos correr detrás de la armonía interior; cuando perseguimos la armonía interior, la estamos perdiendo. Si no debemos buscar la armonía interior, ¿cómo llegamos a ella? ¿Cómo conseguimos algo tan atractivo si no debemos procurarlo? La respuesta es simple: En lugar de andar detrás de la armonía interior, debemos dirigir nuestras acciones hacia la eliminación de lo que entorpece su aparición, más específicamente, hacia la supresión del sufrimiento, el enemigo ‘declarado’ de la armonía interior y con el cual no puede coexistir.
La palabra ‘sufrimiento’ necesita delimitación pues abarca diversas desazones tales como angustia, ansiedad, desesperación, dolor y aflicción. Sufrimiento es el conjunto de sentimientos negativos generados por deseos desordenados de cosas que nos faltan y por aversiones hacia cosas imaginarias o reales que nos rodean. Si los deseos desordenados y las aversiones son los generadores del sufrimiento, pues esas son las molestias que tenemos que suprimir en nuestras vidas; estas son las raíces que debemos arrancar.
Una metáfora resulta útil para la explicación del tema: La armonía interior es similar al silencio. Ambas circunstancias, en vez de ser el producto de acciones que las generan, surgen de la ausencia de perturbaciones. Cuando hay ruidos en el ambiente y deseamos tranquilidad, entonces nos ocupamos de las fuentes de los sonidos molestos: Apagamos los altavoces, suspendemos la charlatanería, aquietamos a la gente… Una vez controladas las causas de las estridencias, ‘aparece’ entonces el silencio.
Tampoco podemos diseñar o construir armonía interior; no hay instrucciones para producirla. Si queremos armonía interior, debemos actuar sobre las causas de los ruidos mentales que la obstaculizan, o sea, tenemos que destruir las raíces del sufrimiento. Los deseos desordenados y las aversiones son las fuentes de los ruidos molestos; ellos son los altavoces cuyas estridencias perturban nuestra mente. Es necesario apagar los ‘equipos de sonido’ para cortar el origen de la bulla, esto es, los ruidos molestos del sufrimiento. Cuando eliminamos los deseos desordenados y las aversiones, entonces desaparece el estrépito que ellos ocasionan. Es entonces cuando la armonía interior florece espontáneamente.
 


Gustavo Estrada
Autor de ‘Inner Harmony through Mindfulness Meditation